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Joaquín Rábago.

El abusón del comercio mundial

El título que he decidido dar a este artículo le viene como anillo al dedo, sin lugar a dudas, al presidente de EE UU, el republicano Donald Trump, reputado ventajista y abusón del comercio mundial. Sus tácticas parecen estarle dando resultado al menos de momento con países más débiles como su vecino del sur, pero es difícil que lo consiga con una nación dispuesta a disputarle cuanto antes la hegemonía económica mundial como es China.

La China de Xi Jinping no es la Rusia de Boris Yeltsin, señala el periodista norteamericano Michael Hudson, que recuerda cómo, tras la disolución de la URSS, Washington logró que se impusieran allí sus recetas neoliberales, que tan rápidamente supieron aprovechar los nuevos cleptócratas.

La varias veces milenaria China es un hueso mucho más duro de roer, y no valdrán esta vez ventajismos como esos a los que nos tiene acostumbrados el ocupante de la Casa Blanca por más que este se esfuerce en demostrar el talento de negociador del que con tanto impudor como estolidez se vanagloria.

Las tácticas y los objetivos del señor de la torre Trump son cada vez más evidentes: se trata de aprovechar la potencia económica de su país y la posición del dólar como principal moneda de reserva para supeditar a otros -ya sean aliados o enemigos- a sus intereses comerciales y financieros.

El republicano quiere imponer al resto del mundo sus productos, ya sean estos agrícolas, energéticos -sobre todo ahora con el gas del fracking- sus armas, la tecnología militar y de la información, y conseguir así una serie de monopolios que le permitan no solo dictar los precios, sino también amenazar con sanciones a quienes se aparten de la recta vía.

Sólo así se explican, entre muchas otras cosas, los intentos de impedir que otros países adopten las redes móviles de quinta generación que ofrece China, pionera en esas lides, con el argumento de que servirá a ese país para espiarnos a todo- ¡Como si no nos espiase ya EEUU¡.

O también su radical oposición a la construcción por Rusia y Alemania del gasoducto del Báltico conocido como Nord Stream 2, aduciendo en este caso que aumentaría la dependencia energética europea de la Rusia de Putin.

Trump no parece contar con la más que previsible oposición que sus amenazas de elevar los aranceles a aquellos países que no se sometan a sus deseos comerciales puede suscitar en sectores agrícolas e industriales de EE UU, que serán entre los primeros en resentirse del inevitable aumento de los precios de las importaciones.

Ni en su miopía política parece tampoco prever que sus intentos disruptivos del comercio mundial, hasta ahora regulado mediante los acuerdos de la OMC, pueden llevar a un mayor acercamiento de sus enemigas o rivales Rusia o China e incluso entre estas y la propia Union Europea. Y todo ello bajo la bandera de ese multilateralismo que Trump tanto desprecia.

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