El juicio sobre el procés ha quedado visto para sentencia, tras un proceso ejemplar que será estudiado en las Facultades de Derecho por la enorme relevancia del asunto y por el escrupuloso respeto por las garantías procesales del instructor del sumario y por el tribunal ante el que se ha celebrada la vista, presidido por Marchena, cuya asertividad y buen hacer en la conducción del debate han merecido un elogio tan justo como generalizado. Igualmente se hacen acreedores de reconocimiento los restantes miembros del tribunal, que han presenciado las pruebas y las alegaciones de las partes, en cumplimento de su deber, con la debida atención, como ha podido observarse en directo. Mención especial merece el magistrado Luciano Varela, para quien este juicio ha sido último, debido a su jubilación. Como un letrado de la defensa ha manifestado, Varela es un jurista comprometido con los derechos humanos, profesor además de juez, a quien echaremos de menos en el foro, aunque seguro que no en la academia, porque permanece en ella, ya que sus escritos siguen con nosotros y sus contribuciones de ayer y mañana seguirán en el futuro iluminando el camino de la recta aplicación de la justicia.

La última semana del juicio ha comenzado con los informes de los abogados de la defensa. Su derecho y su obligación era exponer los hechos y el derecho desde la perspectiva más favorable para sus patrocinados. Y lo han hecho bien. Han cumplido su deber como letrados, con respeto a la ley, exponiendo en estrados ante los magistrados cuantos argumentos fácticos y jurídicos pueden ayudar a obtener una resolución favorable para los acusados. Era su función y la han desempeñado con pericia, energía y pulcritud, incluso en algún caso con ofrecimiento de excusas por posibles excesos en el ejercicio del derecho de defensa durante el juicio, con honrosa retractación de lo que hubieran podido considerarse aspavientos innecesarios. Objetivamente no cabe duda alguna de que los acusados han estado muy bien defendidos por sus letrados, se compartan o no los sesgos políticos de los informes de algunos de ellos, cuya falta de fundamento no destruye la legitimidad de su empleo en el ejercicio del derecho fundamental a la asistencia letrada.

Para finalizar, los acusados han ejercicio su derecho a la última palabra. Aunque algún articulista ha resaltado, en clave política, el aparente eclipse del discurso de Oriol Junqueras por la arenga de Jordi Cuixart, por su mayor virulencia, el análisis del contenido de los turnos consumidos por los acusados en sus intervenciones revela la existencia de señales que no han sido por ahora desveladas y merecen la necesaria atención.

La última palabra de Cuixart ha sido la esperada de un iluminado, que se expresa en tono desafiante, se propone como víctima propiciatoria de la causa y anuncia el derrumbe del techo sobre nuestras cabezas si no nos plegamos a la voluntad de su amado líder Puigdemont, cuyas arengas desde Waterloo agradece como fiel súbdito de sus designios catalanoimperialistas. La de Oriol Junqueras ha sido una alocución bien distinta, por lo que ha dicho y por lo que no ha expresado con su voz, pero parece que ha intentado transmitir.

Con advocación de la bondad y la dignidad humana y apelación al diálogo, a la negociación y al acuerdo, no ha mencionado la necesidad de respeto por el orden constitucional (que precisamente garantiza la posibilidad de que los valores que ha invocado sean respetados). Ahora bien, nos ha remitido al primer fragmento del Canzoniere de Petrarca que, más allá del recuerdo juvenil de los estudios italianos con los que revestía su referencia al texto, resulta una clara llamada a una lectura entre líneas.

El soneto invita a escuchar rimas dispersas, apela al error del hombre anterior y a la misericordia con un hombre nuevo, juega con los conceptos del vano dolor y de la vana esperanza, la opinión del vulgo, la vergüenza, la vanidad y la futilidad de los sueños. No ya perdón, sino piedad anhelo, escribió Petrarca. Junqueras lo sabe y lo ha invocado. Su última palabra ha sido el primer poema completo del Canzoniere.

Tiempo de justicia seguirá, querido lector, con la sentencia.

*Catedrático de Derecho Procesal y abogado