El último y esperado libro de George F. Will sobre el conservadurismo estadounidense es, según sus propias palabras, "un ejercicio de arqueología intelectual". The Conservative Sensibility, publicado a principios de este mes, no pretende ser "otro libro típico de Washington", el enésimo plan estratégico dirigido a los miembros del Partido Republicano -formación política que Will abandonó cuando ésta fue absorbida por el trumpismo- con el cual corregir el rumbo que impuso su líder actual. El nombre del presidente, además, no aparece ni una sola vez en esta obra, cuyo título, en sí mismo, plantea una pregunta inevitable. ¿Por qué hablar de "sensibilidad conservadora" y no de "ideología", "pensamiento" o "mentalidad"? "Sensibilidad -aclara Will- es más que una actitud y menos que un programa". La versión "americana" de esta sensibilidad no solo no se parece en nada a la europea, que fue difundida inicialmente a través de los escritos de Edmund Burke, sino que simboliza una tradición opuesta: los conservadores europeos, impulsados por la nostalgia y la devoción, desean preservar jerarquías sociales e iglesias oficiales, mientras que sus homólogos al otro lado del Atlántico defienden la libertad individual y la movilidad social, alejando a todas las iglesias del Estado.

Este texto, entonces, supone una "excavación para revelar los cimientos institucionales e intelectuales de la república". Los conservadores deben preguntarse qué es lo que merece la pena conservar. Y Will parece tenerlo claro: los principios que condujeron a la fundación del país en 1776. Dichos principios emanan del "liberalismo clásico" (John Locke y Thomas Hobbes), que no debería confundirse con el progresismo de nuestros tiempos ("liberal" en Estados Unidos significa "de izquierdas"), pues este último, a su juicio, representa todo lo contrario: la destrucción del liberalismo que promovían los Padres Fundadores, en especial James Madison, uno de los autores de Los papeles federalistas que "con más sutileza" defendió la separación de poderes. Esta paradoja semántica/conceptual, que ha generado mucha confusión en la derecha contemporánea y un buen número de contradicciones inexplicables, es lo que hace también que los conservadores estadounidenses sean tan interesantes. ¿Unos liberales llamados a custodiar los valores de una revolución? En efecto. De eso, entre cosas, va este ensayo.

Los lectores no hallarán en sus páginas ninguna aportación significativa a la historia de las ideas, más allá de una sugestiva -y elegantemente escrita- exploración personal en un debate filosófico que, por razones obvias, exhibe una vigencia perpetua (se discute, nada menos, sobre cómo deberíamos gobernarnos). Y quienes conocen un poco la trayectoria profesional del columnista del Washington Post tampoco descubrirán mucho más sobre el autor. George F. Will, salvo algunos matices relacionados con acontecimientos y personas concretas, lleva diciendo lo mismo durante cuarenta y cinco años, el periodo de tiempo que lleva ejerciendo el columnismo político, por lo cual le concedieron un Premio Pulitzer en 1977. Will cree en un "gobierno limitado" y piensa que la mejor defensa del capitalismo no debería centrarse en su eficiencia sino en su dimensión ética, que él considera positiva; argumenta que la naturaleza humana "carece de historia" y que existen ciertas "verdades evidentes", como son la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, reflejadas todas ellas en la Declaración de independencia, exponiendo una curiosa teoría acerca de cómo el conservadurismo y el ateísmo, a pesar de los tópicos que existen al respecto, se complementan a la perfección (Will se define como un "ateo afable").

Todo esto, claro, es muy discutible. The Conservative Sensibility, sin embargo, constituye una feliz extravagancia en el clima de polarización que estamos viviendo, donde suele haber más descalificaciones que argumentos y más odio que discrepancia. (El propio Will fue víctima de ese sectarismo cuando decidió oponerse a la candidatura de Donald Trump). Hay que hacer un gran esfuerzo, me temo, para ignorar el ruido y retirarse a reflexionar sobre esencias y sensibilidades, especialmente si uno, como Will, forma parte del escenario mediático y debe cumplir con las obligaciones cotidianas que impone la actualidad, donde la Historia, ahora tan acelerada, parece intervenir en ella cada día. El filósofo francés Raymond Aron escribió una vez que, debido al intenso periodo que le había tocado vivir, no le quedó más remedio que renunciar al análisis sosegado para participar en el comentario urgente: "Creo que en otros tiempos me hubiera tentado deambular por entre los dilemas de la metafísica; pero, como toda mi generación, experimenté un sentimiento de inestabilidad y de inquietud que dejaba poco espacio a las ocupaciones pausadas". Celebro que Will, salvando las distancias, sí haya sucumbido a esa tentación. Lo que no sé es si hay alguien escuchando.