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Selectividad y violencia

Creo que cada teléfono se resume en unas cuantas personas. Al comprar uno nuevo algunas de ellas se quedan encerradas ahí, en la tarjeta que no sincronizas, buceando entre viejas notas, entre imágenes y listas de música. Contactos que no soportan la mudanza, que no cruzan ese puente. Suele haber un momento de duda en el que cuesta deshacerse, crees que lo que había no estaba mal hasta que conoces algo mejor y entonces te preguntas cómo lo antiguo te pareció bueno alguna vez. Cómo podías ser tan ingenua conformándote con tan poco.

Mi hija se examinó de selectividad esta semana. El resto de la familia hemos sobrevivido aunque nos dio bastantes motivos para no hacerlo; la selectividad claro, no la niña, que a todas luces es un diez digan lo que digan los resultados.

Las semanas previas dediqué cierto tiempo a hablar con ella sobre noticias de la prensa diaria, por si uno de los comentarios de texto se centraba ahí. La violencia machista fue el último tema de actualidad que repasé con ella la noche antes. En realidad fue una tristeza de repaso porque no había tema bueno.

La cuestión es que le dije que este lunes había muerto en España la víctima número 1.000, por si quería incluirlo como dato. Y cayó el tema y puso el dato, pero hoy me arrepentí porque comprobé que sólo había leído el titular y que el dato no era cierto. Las víctimas son mil desde 2003, fecha en la que se puso en marcha el contador, quizá porque antes de esa fecha nadie o para nadie contaba. Y esa es una idea que hubiese merecido la pena comentar, que sí importa aunque a nadie le importe. Otra es la del teléfono; la de no dar por bueno lo malo conocido, la de no conformarse, la de eliminar al que te sobra y buscar a quien te falta.

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