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Olga Seco Seco.

El recital del herido

El victimismo, creo yo, es suerte de colección de penas y llantos. Los grandes hombres se reconocen en el hecho bueno y también en el malo. Estar al servicio del victimismo es nefasto; al ser un recurso de cobardes siempre camina con buenas actrices (las emociones) señoritas que un día son queja, otro eclosión y algunos correspondencia directa con el nerviosismo. ¡Qué mujeres!

La mayoría de los victimistas permanecen ausentes a la realidad. Sí, tienen pavor a sentir el peso de la culpa y a reconocerse en el error: son pequeñas páginas con pretensiones de libro que no llegan a ningún lado. Los llorones viven entre el deber de buscar orejas y chismosos, son reformadores de la verdad (aquella que siempre es lectura de hecho) y la transforman a su antojo. No sé la razón, pero la mayoría, son impulso desordenado. Sin armonía se sacan penas del bolso, para así representar el recital del herido. Qué quieren que les diga... La gente que son aspecto de perfección siempre me hacen desconfiar. Creo, que los errores enorgullecen a la vivencia y por ende a nuestro crecimiento personal. No, no es más digno el que menos errores comete; junto a ellos está la variante sugerida de la perfección, la misma que es excusa de magia y puede convertir lo malo en bueno.

Los victimistas yerguen con las miradas que presentan conmiseración; posiblemente su alegría sea contar sus penas, junto al instante de la verbalización se estriba la atención. ¿Será lo qué buscan?

La felicidad se elabora con la naturalidad, por lo tanto, aquellas personas que se hunden en el error y después vuelven a aparecer, tienen más valor que los victimistas que no aceptan que la perfección es apoteosis robótica de la que solo nacen palabras programadas y articuladas.

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