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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los trucos

A estas alturas, después de cuarenta años de democracia y un buen número de elecciones de distinto alcance, no parece probable que aún quede alguien que no perciba los trucos que suelen manejan los políticos en el ejercicio de su profesión. Unos -como los prestidigitadores- son muy hábiles y otros no tanto, pero el que más o el que menos se las arregla para despistar al público y darle gato por liebre a la hora de competir. Y no parece que provoque demasiada discusión que, al menos desde un punto de vista personal, se diga por ejemplo que el ministro de Fomento es un maestro del birlibirloque, como varios de sus predecesores.

Claro que, a poco que las gentes del común se fijen en lo que se hace y se dice en las campañas electorales y lo comparen con el periodo siguiente, que es el de los pactos, podrán incluso asombrarse de la magnífica técnica de algunos de los trucos. Porque es el tiempo de ejecutarlos ya sin temor -ni respeto- al público, que ha votado -el equivalente a pagar entrada- y no hay peligro de que reclame la devolución. De ahí que los practicantes de la magia se adornen y hasta intenten ese "más difícil todavía" que distingue a los maestros de los menos aventajados.

En esa línea, aquí y a la vista de cómo se hacen las cosas, es preciso reconocer que material para graduarse en el máster de la prestidigitación hay de sobra. Oyendo, o leyendo, las cosas -y las cartas- de los negociadores en sus propuestas, es hasta posible conjugar el federalismo con la autodeterminación y la defensa del sistema actual con el marxismo sin que a nadie se le vengan los colores a la cara. Claro que, como la mayor parte de todo eso son trucos para crédulos, una vez que los negociadores terminan la sesión, fuéronse y casi nada hay luego de lo dicho. Hale hop.

Conste que como de los pactos habrá que hablar -y mucho que decir-, cuando se completen, acaso no estorbe un par de observaciones más. Una, para lamentar que al igual que ha ocurrido durante las campañas, nadie de entre el público presente o ausente sabe en realidad qué saldrá de las chisteras de los magos. Dos, que entre otros motivos gran parte de su contenido pertenece al misterio del oficio: si no fuere así, se pondría en peligro la siguiente función que, en democracia, suelen ser otras elecciones. Y a ver quién repite el voto si ya se sabe el truco.

Es, desde luego, posible que buena parte de la opinión distinta a la que se expone pudiera replicar que los pactos son positivos y las coaliciones un auténtico ejercicio de diálogo y entendimiento. Lo que en teoría es así, pero siempre y cuando se cumpla una condición mínima ya expuesta: que entre los aliados exista un nexo que permita compartir siquiera lo elemental en las filosofías políticas y hacer posible un proyecto común, de ciudad o de país. Lo otro, lo que se hace aquí, es apenas una especie de coyunda que sólo confirma que la política hace muy extraños compañeros de cama y, si acaso, algo que celebrar en un breve momento, el de la firma de los acuerdos, y luego se desvanece durante la convivencia. Y eso lo saben casi todos, incluso los más crédulos, que acaban por aprenderlo.

¿No??

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