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Ceferino de Blas.

Sin Artes y Oficios, la ciudad podría ser diferente

La Escuela de Artes y Oficios no nació en 1900, como figura en el frontispicio del espléndido edificio que la alberga, y mandó construir el mecenas García Barbón al arquitecto Pacewicz, sino en septiembre de 1886, promovida por la Sociedad de Socorros Mutuos "La Cooperativa". Su impulsor fue el exministro, Eduardo Chao, que tiene dedicada una calle en el Casco Vello, que comparte con su hermano, fundador del segundo periódico que hubo en Vigo: "La Oliva".

Lo que ha significado aquella iniciativa para el devenir de la ciudad queda patente en la espléndida exposición, "A Escola de Artes e Oficios. 130 anos na Historia de Vigo", que acaba de inaugurarse en la sede de la "institución". Y que todos los vigueses deberían visitar.

Opinan historiadores que Vigo es una población de "urbanismo tardío y carente de los incentivos culturales e informativos" que son propios de los pueblos seculares.

Lo que distingue a las viejas ciudades, que se desarrollan y crecen lentamente, es que acumulan instituciones docentes desde antiguo: las más importantes, Universidades, las menos, institutos de Bachillerato u otros centros de enseñanza media o superior.

Cuenta Pedro Díaz, en ese magnífico libro que describe el Vigo viejo, "La caracola de piedra", que "acaso la primera escuela" que hubo en la ciudad estaba una casa particular, en el arco de la Plaza de la Princesa, regentada por unas damas de cierta formación: las señoritas de Quirós.

A saber si coincide con la realidad, pero lo cierto es que la enseñanza pública en Vigo llegó tardía, y la precedieron centros y academias privados, seglares o religiosos, ya avanzado el último cuarto del siglo XIX. Algunas parroquias no tendrían escuela hasta los años veinte de la pasada centuria.

Si lo que singulariza a una sociedad es su contexto sociológico, no hay duda de que una de las peculiaridades de Vigo es la industria. Es una ciudad industrial. En 1853, este periódico ya se subtitulaba "de industria y comercio". Pero no lo sería si no contase con los recursos humanos y de formación necesarios para desempeñarse como tal.

Lo refrendan los hechos, y los centros docentes que se fundaron en la ciudad, en respuesta a esa demanda. En 1901 nacía la Escuela Superior de Industria, hoy Escuela de Ingeniería Industrial, de tanto prestigio.

Pero años antes, el 26 de septiembre de 1886, se creaba el centro docente de mayor raigambre, la Escuela de Artes y Oficios, donde estudiaron decenas de miles de vigueses, entre ellos destacadas personalidades. Una fue el empresario Enrique Lorenzo, fundador de Factorías Vulcano, que presumía de haberse formado allí, él y un hermano.

Pero además de los Oficios, cuyos estudiantes dieron categoría a las industrias viguesas, la Escuela, la más definitoria e identitaria de la ciudad, tenía la sección de las Artes. Una materia escolar que desmiente con el título, y con los hechos -contra los que no valen argumentos-, que Vigo adolezca de poso cultural, cuando hace 130 años ya valoraba tanto esa pertenencia. Y que formó a tantos artistas.

El centro, dos años después, en 1888, se acogía al patrocinio del Ayuntamiento, del que depende desde entonces. Prueba del compromiso de la ciudad con su Escuela.

Este año ha recibido un inopinado espaldarazo de popularidad, y reconocimiento, con la publicación de la novela "El último barco", de Domingo Villar, uno de los grandes best sellers en circulación. La Escuela se convierte en escenario y trama de la obra, en especial en la vertiente artística -la cerámica, los instrumentos musicales tradicionales-, que despierta en el gran público el interés por estas actividades, y muestra la calidad de la enseñanza, que siempre poseyó.

Desde los comienzos ha tenido profesores de buen nivel, artístico y técnico, que formaron a generaciones de estudiantes, que contribuyeron al desarrollo económico y social del gran Vigo y a elevar el tono cultural.

En tiempos recientes se la llamó Universidad Popular. Una denominación que no servía de nada, pero parecía destilar un cierto complejo, por no ser una Universidad, y de la que afortunadamente se ha desprendido para recuperar la clásica: Escuela de Artes y Oficios. Y a mucha honra. Sigue siendo uno de los centros que goza de más aprecio en la ciudad, y en el que la demanda de plazas supera siempre a la oferta. Buena prueba de su necesidad actual, como lo fuera en el pasado.

La exposición que ahora se muestra en su sede para conmemorar los 130 años de existencia, y su incidencia en Vigo, es una excelente ocasión para repasar esa historia: una parte imprescindible del entorno.

No es ninguna exageración afirmar que sin la Escuela de Artes y Oficios la ciudad podría haber sido diferente.

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