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Joaquín Rábago.

Conflicto entre instituciones

Por si faltaba algo para complicar el panorama europeo ha venido a sumarse ahora algo que estaba anunciado: la pugna entre el Parlamento y el Consejo Europeo en torno a quién debe ser el próximo presidente de la Comisión.

Los europarlamentarios insisten en que ese puesto tiene que ser para el cabeza de la lista más votada, es decir, en este caso, el cristiano-social bávaro Manfred Weber, del Partido Popular Europeo.

Pero algunos jefes de Estado y de Gobierno de los 28, que pronto serán uno menos si se produce el Brexit, y especialmente el presidente francés, Emmanuel Macron, no están de acuerdo con tal automatismo, que no está tampoco anclado en los tratados de la UE.

De acuerdo con estos, son los dirigentes de la UE quienes proponen al presidente del Ejecutivo comunitario "teniendo en cuenta" el resultado de las elecciones aunque finalmente corresponda al Parlamento dar su visto bueno.

Macron argumenta que, al no haber de momento listas transnacionales, como él ha propuesto sin éxito, no tienen los electores europeos la posibilidad de votar en cada uno de sus países a los mismos Spitzenkandidaten (cabezas de lista).

Hay quien piensa en Bruselas que en un momento como este de fuertes tensiones comerciales y de otro tipo con el insufrible provocador de la Casa Blanca, hace falta al frente de la futura Comisión alguien con más arrojo que el que se atribuye al bávaro Weber.

Este pasa, incluso entre muchos de sus compatriotas, por un político blando y sin carisma cuando se necesita alguien capaz de mirarle a los ojos, sin achantarse, al presidente Donald Trump.

El favorito de Macron y de otros miembros del Consejo Europeo es el francés Michel Barnier, excomisario europeo de Mercado Interior y Servicios, que ha demostrado últimamente su capacidad en las difíciles negociaciones en torno al Brexit.

Pero el eje franco-alemán parece que chirría de un tiempo a esta parte, lo cual dificulta extraordinariamente la tarea de llegar a un acuerdo en torno al sucesor del luxemburgués Jean-Claude Juncker y presenta un nuevo conflicto entre las dos principales instituciones de la UE: Parlamento y Consejo.

Hay quien cree, sobre todo en su país, que el alemán Weber podría ser un buen presidente de la Comisión aunque no haya demostrado, por ejemplo, la deseable firmeza frente a políticos que, como el jefe del Gobierno húngaro, Viktor Orbán, no dudan en atropellar continuamente los valores fundacionales de la UE.

Entre aquellos está el semanario liberal alemán "Die Zeit", que aconseja a Weber que se abra a los Verdes, el partido que más votos ha obtenido en las elecciones europeas al Europarlamento y sitúe la lucha contra el cambio climático en el centro de la política de la Comisión si es que llega a presidirla.

Sin embargo, para ello tendría Weber que alejarse de la política que defienden sus correligionarios -la CDU de la canciller Angela Merkel y sus aliados de Gobierno de la CSU-, demasiado complacientes, ambos, con la industria, sobre todo la del automóvil.

En opinión de otros, con independencia de lo que han dicho las urnas, mejor candidata es la comisaria de la Competencia de la pasada Comisión, la social liberal danesa Margrethe Vestager, que ha demostrado no amilanarse, a diferencia de otros políticos europeos, ante las poderosas multinacionales estadounidenses.

Vestager, propuesta por la Alianza de Liberales y Demócratas, no vaciló, por ejemplo, en imponer multas millonarias a Facebook y a Google -a esta última una récord de 4.340 millones de euros por abuso de posición dominante con su sistema Android-, además de obligar a Apple a devolver 13.000 millones por ventajas fiscales obtenidas en Irlanda. ¡Es hora de que una mujer presida la Comisión!

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