A la vista de los datos que van apareciendo, y sea cual fuere la opinión que susciten en Galicia, resulta evidente que algo habrá que hacer para que este antiguo Reino pueda afrontar la competencia que supone el norte de Portugal. La competencia y la competitividad, desde luego, que aunque suenan parecido son cosas distintas y, lo que es peor -para este lado del Miño-, en ambas lleva ventaja el vecino lusitano. Y a la luz de los datos, bastantes de ellos proporcionados por este periódico, da la impresión de que va creciendo, y no al revés. Sobre todo si alguien por aquí, sigue sin espabilar.

En apoyo de esa tesis están los empresarios, que pidieron a las administraciones que "se pongan las pilas". Y los respaldan los datos que, por medibles, dice el refrán que no son opinables. El último, difundido hace apenas unas horas por FARO y que provocó la alarma en la patronal, informa de una megaoferta de terreno público en la región Douro que, por sus condiciones, va a resultar un atractivo de primera línea para la inversión. Cuya tendencia, y conviene insistir, no ha hecho sino crecer en los últimos tiempos, algo que sin duda ha tenido que ver en que siete de cada diez municipios hayan logrado allí la hazaña en estos tiempos de, en términos técnicos, acabar con el desempleo.

Aunque no debiera ser necesario, quizá tampoco estorben algunos detalles. El primero para insistir en que con las observaciones y opiniones que preceden no se pretende, animosidad alguna para los evidentes progresos de los vecinos norlusitanos. Si acaso, una cierta y sana envidia porque a pesar de que han partido de una situación bastante peor que España cuando estalló la crisis y la UE les impuso un casi estado de sitio económico que perjudicó mucho a la población, todos supieron sufrir y hacer de la necesidad virtud. Algo que aquí es raro.

Hay más: aplicaron una política audaz -pero necesaria para llegar a donde están ahora- que unos pocos, aquí, minusvaloran pero que les ha permitido obtener ventajas.Y también superar la sensación de que, con un cambio de gobierno que parecía abrir la inestabilidad, todo iría peor. Es de la tarea de un presidente de Gobierno que pensó más en el país que en su interés político personal -pero sabiendo que el éxito le daría victorias- y pactó lo que tenía que pactar con quienes tenía que hacerlo. O sea, con la oposición centroderechista; algo, sin ánimo de incordiar, que aquí sería un milagro. Punto.

Por eso se escribía en el introito que algo habrá que hacer en Galicia, aparte del consejo patronal de "ponerse las pilas". Y no para abrir un enfrentamiento, una guerra comercial que por otra parte sería impensable en la UE, pero sí un diálogo para cooperar en la medida de lo posible y mejorar de ese modo la situación general del Noroeste peninsular. Extendiendo por ejemplo los acuerdos ya logrados para resolver una necesidad común, que es el Corredor Atlántico ferroviario de mercancías. Un objetivo irrenunciable, como el de conseguir que la legítima competencia se respete por todos los que la plantean.

¿No?