Faro de Vigo

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Juan José Millás.

El trasluz

Juan José Millás

Áticos

Salí a una calle ancha y larga que terminaba en una plaza. Decidí que llegaría hasta la plaza, desde donde pensaría qué camino tomar. Me hallaba en Buenos Aires y me había perdido adrede, como suelo hacer en casi todas las ciudades. La sensación de extravío, además de estimulante, resulta muy eficaz desde el punto de vista de la creación, pues al buscar el camino de vuelta descubres hilos narrativos inéditos. Hacía mucho sol. A la mitad del recorrido, de súbito, me desanimé. Primero empecé a caminar despacio, deteniéndome frente a los escaparates o frente al mobiliario urbano. Finalmente di la vuelta para regresar por donde había venido.

Luego me sentí frustrado, quizá un poco culpable, como cuando abandonas un volumen de ochocientas páginas hacia la cuatrocientas. Abandonar una calle se parece, en efecto, a abandonar un libro. Esa misma noche, en el hotel, decidí desertar de la lectura de una novela que había empezado en el avión, harto de darle oportunidades. Pero doblé la esquina superior de la hoja en la que me había bajado del barco. Por si acaso. Al día siguiente logré encontrar la calle larga y ancha de la jornada anterior y conseguí recorrerla hasta alcanzar la plaza que había vislumbrado desde la lejanía. El lugar tenía un encanto insoportable. Me senté en un banco de madera desde el que observé, casi en éxtasis, los áticos de los edificios que me rodeaban. Me habría quedado a vivir en cualquiera de ellos. Me imaginé allí arriba, asomado a la plaza atravesada de pronto por una bandada de pájaros escandalosos, y sentí una nostalgia terrible de las existencias que nunca viviría.

El paseo tonificó mis músculos y mi cabeza, de manera que al volver al hotel retomé la novela de la noche anterior, la abrí por la página marcada y continué su lectura. Comprendí enseguida que el desfallecimiento anterior había tenido que ver conmigo más que con el libro, que ahora me pareció magnífico. Tampoco la calle había tenido la culpa de que me diera la vuelta. Las calles y los libros tienen algunas cosas en común. Cuando huí de la de mi infancia, renuncié también a una novela para vivir otra u otras. Y en ellas sigo, extraviado.

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