La democracia, las libertades y el Estado de Derecho siempre han contado con peligrosos enemigos. Hasta ahora, sus amenazas tradicionales figuraban en los libros de Historia bajo el paradigma de las guerras y los conflictos bélicos. En la actualidad, sin embargo, están adoptando la forma de ataques terroristas como vías de expresión del fundamentalismo, sea religioso o político. Los riesgos y peligros van a existir a nuestro alrededor inevitablemente, si bien evolucionando y adaptándose a los nuevos tiempos. Internet y las redes sociales, por ejemplo, han abierto nuevos campos de batalla digitales. Consciente de dicha realidad, la Unión Europea ha comenzado a elaborar sus estrategias para contrarrestar algunas prácticas de desinformación con el fin de proteger sus sistemas democráticos y la correcta formación del debate público. Así, se ha ideado un potente Plan de Acción que va a entrar en vigor en el presente año 2019 con el ánimo de neutralizar cualquier campaña que use la mentira, la desinformación y el bulo para influir en el modo de pensar de la ciudadanía.

Esta circunstancia ha cobrado fuerza al aprovechar una nueva debilidad del sistema. Toda ofensiva contra el tradicional modelo constitucional de derechos y libertades contiene en su origen alguna fragilidad del mismo. Si en el pasado los puntos débiles se centraban en las materias de seguridad y defensa, la flaqueza actual es padecida directamente por los ciudadanos, a modo de virus introducido en sus organismos. Dicho virus es la ignorancia, un perfecto caldo de cultivo donde puede fructificar una fake new hasta el extremo de manipular nuestra mentalidad y nuestro voto. Una persona poco o nada formada y carente, además, de cualquier pensamiento crítico, es la depositaria ideal para albergar la munición del odio, la intolerancia y la estupidez. Y, desde ese punto de partida, el siguiente paso consistirá en tratar de detonarla sobre los cimientos del modelo democrático.

El Plan de Acción contra la desinformación puesto en marcha por la Unión Europea propone un conjunto de acciones que permitan un enfoque conjunto y coordinado de todas las instituciones europeas y de los Estados miembros para afrontar la avalancha de falsedades que nos inundan tendentes a destruir unos logros que nos ha costado siglos conquistar. Se sustenta sobre cuatro pilares:

a) El aumento de recursos para frenar el torrente de desinformación. El grupo especial de Comunicación Estratégica y la célula de Fusión Híbrida de la Unión Europea en el Servicio Europeo de Acción Exterior, junto con las delegaciones de la UE en los países vecinos, serán reforzadas con personal especializado y potentes herramientas de análisis de datos.

b) El establecimiento de respuestas coordinadas a los ataques, implementando para ello un sistema de alerta rápida entre las instituciones de la UE y los Estados miembros, de modo que se facilite el intercambio de datos y evaluaciones de las campañas para hacer frente a la desinformación en tiempo real. Cumplir este objetivo requiere que los Estados miembros se conciencien del impacto negativo y de la desestabilización social que puede provocar la desinformación.

c) La exigencia del cumplimiento del código de buenas prácticas a las plataformas que ofrecen información en línea, lo que posibilita la identificación de cuentas falsas e interacciones no humanas. De esta manera, se busca garantizar la transparencia de la publicidad política, ya que se conseguirá cerrar cuentas falsas activas y cooperar con los investigadores para detectar campañas de desinformación.

d) La creación de grupos de verificación y contraste de datos, además de la sensibilización a la ciudadanía de las posibles campañas de desinformación a través de programas específicos y de un apoyo firme a estos equipos de verificadores e investigadores que trabajen en su detección temprana en las redes sociales.

En este sentido, la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Moguerini, ha manifestado que "la salud de la democracia depende de que haya un debate abierto, libre y justo. Tenemos el deber de proteger este espacio y no permitir que nadie siembre el odio, la división y la desconfianza en la democracia. Como Unión Europea, hemos decidido actuar juntos y reforzar nuestra respuesta para impulsar nuestros principios y mejorar la capacidad de resistencia de nuestras sociedades, tanto dentro de nuestras fronteras como en los países vecinos. Es la manera europea de responder ante uno de los grandes desafíos de nuestra época".

Cabría reflexionar sobre cuál es nuestra parte de culpa ante la existencia de esta nueva amenaza. ¿Hemos desatendido nuestro modelo educativo? ¿Nos hemos despreocupado del objetivo de lograr una ciudadanía formada y libre? ¿Hemos retrocedido en la corrección de las desigualdades que mitiguen la frustración y la desesperación de las personas para evitar que se radicalicen? ¿Constituimos una sociedad fácilmente manipulable? ¿Somos los propios ciudadanos el punto débil de nuestra democracia? Si alguna (o todas) de estas preguntas conlleva una respuesta afirmativa, somos sin duda corresponsables del desastre.

*Profesor de Derecho Constitucional de la ULL