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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Los nacionales

A las tropas de Franco las adjetivaba de "nacionalistas" la prensa extranjera durante la Guerra Civil; y la denominación le venía que ni de molde al régimen que estableció tras su victoria el general superlativo. Con el tiempo, los partidarios del Caudillo pasaron a llamarse "nacionales", que viene a ser una forma más afable de decir lo mismo.

Tras el final de la dictadura, el término nacionalista pasó a aludir casi en exclusiva a los nacionalismos periféricos que, a diferencia del anterior, asumían el espíritu y las reglas de la democracia. No extrañará, por tanto, que la reciente irrupción de un partido ultranacionalista español como Vox haya traído consigo un cierto desorden terminológico. Ninguno quiere que lo confundan con el otro.

Más allá de sus diferencias, no deja de ser cierto que todos se parecen en la invocación a los ancestros para construir el mito nacional. Unos apelan a la lengua milenaria, al RH diferencial, a Wifredo el Velloso o a las vagarosas raíces celtas de cada pueblo en cuestión. Los otros a Don Pelayo, al viejo imperio de Fernando e Isabel, a la lengua de los quinientos millones de hablantes y al "Que viva España" de Manolo Escobar, si preciso fuere.

No se trata de un fenómeno exclusivamente español, desde luego. El nacionalismo, que pasaba por ser una tendencia del siglo XIX -y nada trending topic, en consecuencia- está retoñando en todo el mundo.

Eso incluye a los mismísimos Estados Unidos, donde Donald Trump ejerce de nacionalista en lo que pudiera ser un elogiable acto de modestia. Cuando uno está al frente de un imperio que exporta al mundo su tecnología, su idioma, su cine, su Halloween y su Black Friday, rebajar esa condición imperial a la de una simple nación como cualquier otra es, a todas luces, un involuntario rasgo de humildad.

Nada más lógico si se tiene en cuenta que el nacionalismo -a diferencia del imperialismo- suele implicar un cierto complejo de inferioridad. Para un nacionalista, su nación es víctima del acoso de oscuras fuerzas exteriores y, por tanto, ha de fortificarse con muros y fronteras frente al enemigo, que ahora es el inmigrante.

El siguiente paso es declarar la guerra a todos sus más o menos imaginarios contrincantes, aunque por fortuna los conflictos sean ahora de orden meramente comercial. Como los que enfrentan a los USA con China, la Unión Europea y, en general, cualquiera que pretenda hacerle la competencia en el mercado del mundo.

Si tal ocurre con el único imperio realmente existente, fácil es entender que la moda -arcaica y vintage- del nacionalismo se haya extendido por todo el planeta. Aquí en Europa, sin ir más lejos, son ya legión los partidos que abogan por derribar la UE: ese feliz proyecto de sustitución de los Estados étnicos por una comunidad de ciudadanos libres. Ahí están, para certificarlo, la neofascista Le Pen en Francia; su colega Orbán en Hungría; los italianos xenófobos y separatistas de la Liga Norte o los alegres amantes de la cerveza y del Brexit en el Reino Unido.

La última en incorporarse a ese club ha sido España, que parecía vacunada contra el virus tras cuatro décadas de ultranacionalismo franquista. Infelizmente, la eclosión de Vox, favorecida por el proceso independentista catalán, ha venido a demostrar que los nacionalismos, por distintos que sean, tienden a retroalimentarse. El caso es que los nacionales están de vuelta. No aprendemos nada de la Historia.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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