Cuando Alexandria Ocasio-Cortez interrogó a Michael Cohen, el exabogado de Donald Trump condenado ahora a tres años de prisión, durante su comparecencia en el Congreso, no pocos medios de comunicación, desde el Times hasta USA Today, destacaron aquel día la perspicacia y sobre todo la profesionalidad de esta política demócrata primeriza, la más joven en la Casa de los Representantes. Sorprendía bastante, al parecer, que una congresista "radical" y "socialista", circunscribiéndose a la función concreta que le habían asignado, no utilizara la atención mediática que suscitaba aquel acontecimiento para pronunciar un discurso contra el presidente o atacar a sus adversarios, pues Ocasio-Cortez, a quien también han calificado como "totalitaria" y "peligrosa", está siendo tratada con condescendencia desde algunos círculos periodísticos, en los cuales parecieron descubrir a una fascinante villana. (Lou Dobbs, presentador de Fox News Business, la llamó "niña pequeña" y Brit Hume, analista del mismo grupo, reconoció que le parecía "adorable", pero "de una manera parecida a la que una niña de cinco años puede ser adorable". Según un estudio realizado por Media Matters, la política demócrata fue mencionada 3181 veces en Fox News en un periodo de seis semanas).

Ella consiguió, sin embargo, que el compareciente proporcionara algunos datos interesantes, como los nombres de Allen Weisselberg, Ron Lieberman y Matthew Calamari, miembros de la Organización Trump y potenciales testigos en futuras comparecencias. Otros congresistas, demócratas y republicanos, prefirieron explotar políticamente el espectáculo televisado manifestando sus opiniones sobre lo divino y lo humano; interrumpían al interrogado faltándole al respeto, sin escuchar con atención las declaraciones más sustanciales, y no continuaban preguntando (el clásico follow-up) cuando la respuesta de Cohen parecía sugerir nuevas líneas de investigación. De ese modo, los espectadores podían permanecer instalados en sus correspondientes sectarismos, obviando los hechos incuestionablemente graves -relacionados con quien ahora ostenta el Poder Ejecutivo- que en esa cámara se pretendían esclarecer. Un espectáculo dañino y contraproducente que desprestigia el mundo de la política, pero que genera demasiadas rentabilidades como para tomárselo en serio.

En España este tipo de comportamientos nos suenan. Las comisiones del Congreso solo han servido para que algunos comparecientes, que deberían haberse limitado a contar lo que saben y no a justificar lo que ya sabemos, se divirtieran a lo grande y encima presumieran de ello, mientras algunos parlamentarios exhibían camisetas (reales o metafóricas) y exponían su catálogo de quejas sobre decisiones gubernamentales sin duda criticables, pero que nada tenían que ver con el tema que allí los congregaba. Era una buena oportunidad para obtener información útil sobre la financiación ilegal de los partidos, a fin de detectar patrones de conducta, mecanismos internos, nombres y fechas, lugares y documentos. Sin embargo, en vez de eso, lo que hubo fue mucha confrontación y mucho eslogan. Una performance bien recibida, eso sí, entre los fieles seguidores, quienes seguramente se sentirían decepcionados si sus líderes no aprovecharan la cámara que los enfocaba para verbalizar el odio colectivo hacia la persona que tenían delante. Para la posteridad quedará una colección de vídeos archivados con sus títulos dramáticos ("tensión", "ataque", "lo machaca", etc.), los insultos y las bravuconadas.

Ocasio-Cortez, desde que ganó las elecciones a la Casa de los Representantes, ha adquirido, debido al miedo y a la ilusión que genera en en sectores ideológicos contrapuestos, un protagonismo prematuro. (En Knock Down The House, el documental de Netflix que aborda su exitosa irrupción en las primarias, se puede contemplar el talento que tiene para transmitir un aparentemente genuino entusiasmo vocacional). Sin embargo, sus intervenciones en el Congreso, ya sea cuestionando los elevados precios de los medicamentos que previenen la infección por VIH o revisando las facturas de los contratistas del Pentágono, se suelen ceñir a su contexto. A veces, para cambiar las cosas, en vez de usar las instituciones como circos propagandísticos, resulta más eficaz mostrarle a los ciudadanos el supuesto deterioro del sistema que se pretende transformar, realizando así una labor tan pedagógica como revolucionaria: asumir el trabajo encomendado no solo por tus votantes sino por aquellos que nunca te votarían y que incluso se mofan de tu representación. El rigor hace que hasta los enemigos se conviertan en irresistibles.