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Antonio Touriño

El mirador de Lobeira

Antonio Touriño

Una bandera azul para Cortegada

Cortegada es un paraíso natural, envidia en todo el mundo, que se ha conservado precisamente gracias a los innumerables avatares que tuvo que soportar desde que a alguien se le ocurrió regalársela a Alfonso XIII, bisabuelo del rey Felipe VI.

Son, por tanto, casi cien años de reposo que han repercutido positivamente sobre este espectacular espacio natural y casi virgen, incluido por méritos propios en el Parque Nacional Illas Atlánticas, y actualmente candidata a figurar con los demás archipiélagos en los bienes Patrimonio Natural de la Humanidad.

Es imposible hacer un balance más positivo de esta evolución, salvo por el hecho de que los gallegos han tenido que pagar una fortuna para recuperar lo que era suyo y que perdió en una maniobra poco clara de colonización, pues se entregó a manos privadas tras desalojar a algunas familias y provocar un desarraigo que todavía hoy sigue marcado a fuego en la localidad carrilexa.

Pero como no hay mal que por bien no venga, gracias a estas circunstamcias, Cortegada luce hoy espectacular con un paisaje único, una fauna exclusiva, un aire puro, y también unas playas que para sí quisiera en vacaciones el sha de Persia, con un agua de tan excelente calidad o mejor que la del litoral continental, cuyo paradigma más que la Compostela se atribuye desde hace unos años al arenal de Campanario.

Y en estas condiciones, merece que alguien explique el por qué nadie insta la tan icónica bandera azul para Cortegada, cuando la tiene Rodas (Illas Cíes). Cierto que requiere contar con servicios adecuados y una inversión importante en socorristas, pero quizá la apuesta sirva para situar este vergel en el lugar del mapa europeo que le corresponde.

Cortegada no puede ser siempre el tesoro escondido. Merece algo más que solo se hable de ella. Tiene que poder ser disfrutada por carrilexos, primero, y por todos los demás, después.

Y para ello no basta con reducir el número de visitas diarias durante el verano, sino con establecer un orden, unas exigencias de conservación y, ¿por qué no?, unas tasas para el que quiera disfrutar de la paz isleña, un verdadero lujo asiático en plena ría de Arousa, tenga esa experiencia divina.

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