En una excelente Tercera de ABC, titulada "La vuelta de la fraternidad" y publicada el 4 de octubre de 2009, el profesor Antonio Hernández-Gil Álvarez-Cienfuegos afirmaba que la fraternidad "parte de la herencia cristiana secularizada en la Ilustración, culmina el lema de la Revolución Francesa (liberté, égalité et fraternité) y traspasa el siglo XX apareciendo todavía en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 como uno de sus elementos nucleares: todos los seres humanos, libres e iguales en dignidad y derechos, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros (artículo 1)".

Pues bien, como me hizo observar no hace mucho tiempo Luis Trigo, de esas tres divisas de la Revolución, las sociedades postrevolucionarias solo implantaron de manera efectiva las dos siguientes: la libertad y la igualdad. Las que optaron por la libertad apostaron por el individualismo y sacrificaron la igualdad (países capitalistas); y las que lo hicieron por la igualdad propugnaron el colectivismo y sacrificaron la libertad (países comunistas).

La fraternidad, en cambio, a pesar de ser una divisa tan revolucionaria como las otras dos, siempre fue dejada de lado, como si se tratara simplemente de un "adorno" que embellecía los principios de la Revolución. Tal vez, porque, como señaló el citado Hernández-Gil, la fraternidad no consiste en la simple expresión de buenos sentimientos, sino que es "una idea exigente y subversiva que expresa el compromiso activo con los otros, los que no son familia por naturaleza pero que tenemos que hacer familia por solidaridad".

Por eso, reivindicar en la sociedad de nuestros días el espacio que le corresponde a la "fraternidad", no supone, como remarcó el citado profesor, "arrasar con el derecho de propiedad", ni "abrazar al prójimo que viene de más allá, fundidos los individuos y las cosas en un magma igualitario y primigenio, sino ejercitarnos en cuestionar los fundamentos de nuestro orden social en la búsqueda de un mundo mejor".

En esa búsqueda actual de un mundo mejor, empieza a jugar un papel cada vez más relevante el principio de la "fraternidad": en ejercicio de una verdadera fraternidad los que tienen más asumen voluntariamente un compromiso con los que tienen menos "haciéndolos de su familia por solidaridad". Es en este resurgir de la divisa revolucionaria de la "fraternidad", en el que hay que enmarcar conductas como la de Amancio Ortega de donar al Sistema Nacional de la Salud equipos médicos de última generación para el diagnóstico y la radioterapia del cáncer por importe de varios cientos de millones de euros.

Que hay un "renacer" de la fraternidad en el sentido expuesto lo demuestra el hecho de que Amancio Ortega no sea el único empresario exitoso de nuestros días que ha optado por la filantropía. Otros, como Bill Gates y Jeff Bezos por ejemplo, han hecho también importantes donaciones a la sociedad que les ha permitido alcanzar el triunfo empresarial. Y muy recientemente empresarios franceses, como los dueños de Louis Vuitton, L' Oréal y Artemis, anunciaron importantes ayudas a fondo perdido para reconstruir la catedral de Notre Dame.

La "vuelta de la fraternidad" que estamos presenciando supone también un compromiso por los mencionados magnates de devolver a la sociedad algo de lo mucho que han recibido de ella, de hacer retornar a la ciudadanía por la vía de la generosidad y el desprendimiento lo que la propia sociedad entregó a aquellos al adquirir masivamente sus productos o servicios.

Lo anteriormente dicho explica las críticas que desde los partidos comunistas (Unidas Podemos) se han vertido contra la acción filantrópica y "fraternal" de Amancio Ortega. Los comunistas defienden el colectivismo, propugnan el control férreo de los fondos públicos para ser los únicos "administradores de la "igualdad" y, por eso, consideran perturbadoras las otras dos divisas revolucionaria, tanto la libertad como la fraternidad. Pues bien, su increíble reacción contra las donaciones de Amancio Ortega explica también que consideren inquietante la expansión de la "fraternidad", ya que en la medida en que esta última supone "un compromiso activo con los otros, los que no son familia por naturaleza pero que tenemos que hacer familia por solidaridad" (Hernández-Gil) puede llegar a convertirse en una vía moderna para perseguir la igualdad sin tener que reprimir la libertad.

Y es que convendría recordar, como dijo Winston Churchill, que "muchos miran al empresario como el lobo al que hay que abatir; otros lo miran como la vaca a la que hay que ordeñar; pero muy pocos lo miran como el caballo que tira del carro".