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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Trump y los comunistas chinos

La globalización comercial nos afecta aunque no queramos participar de la orgía del consumo. Hará cosa de un año tuve necesidad de cambiar un teléfono móvil gravemente averiado por otro, a ser posible de parecidas características. Es decir, cuanto más pequeño y ligero mejor y con una oferta de funcionamiento que limitase su uso a hacer y recibir llamadas, reproducir avisos y organizar una mínima agenda de números de interlocutores habituales.

Desistí de pedir un modelo que no dispusiese de cámara de fotos y de vídeo porque esos dos servicios son de implantación universal y, que yo sepa, no hay aparato que no los incorpore. Hasta el punto de que esa disponibilidad ha propiciado la aparición de millones de reporteros aficionados que estando en primera fila de cualquier acontecimiento mínimamente noticioso se apresuran a difundirlo a través de las redes sociales adelantándose a los profesionales. Y ya no hay suceso del que en cuestión de segundos no lleguen imágenes a todo el mundo. Tanto de un atentado terrorista, como de un tsunami, un accidente de tráfico, un tornado o cualquier otro acontecimiento que merezca ser recogido en imágenes. Incluso se ha llegado a la sofisticación de colocar cámaras en los coches y en las motos de carreras para que los espectadores puedan sentir el vértigo de la alta velocidad. Y no tardaremos supongo en hacer lo mismo con los toros y los toreros para que podamos observar en cercanía la peligrosa brutalidad de las faenas.

La empleada de la compañía a la que estoy abonado, me obsequió con esa mirada de conmiseración que se reserva a los clientes de cierta edad. Y tras explicarme que tanta simplicidad ya era imposible de atender a la altura del desarrollo tecnológico que hemos alcanzado, me recomienda cambiar el móvil averiado por otro más grande de una marca, Huawei, que yo desconocía. En principio, yo creí que era japonés o coreano del sur, pero ella me aclaró que era chino. Pasar de un pequeño y manejable Nokia finlandés a un Huawei chino con formato casi de tableta de chocolate, me pareció una decisión aventurada, pero la empleada me tranquilizó. "No tenga miedo -me dijo- hoy casi todo se fabrica en China". Y lo cierto es que pasado algo más de año y medio todo funcionó bien salvo la necesidad de disponer de un bolso o de un bolsillo más amplio en chaquetas, abrigos y cazadora para desplazarse con el móvil. Hasta que la tranquilidad se ha visto alterada gravemente. Primero, con la detención en Canadá de Meng Guazu, hija del dueño de la compañía que está siendo reclamada por el Gobierno de Estados Unidos como sospechosa de espionaje industrial. A la espera de la respuesta de Canadá a la petición de extradición de la señora Guazu que está, de momento, en libertad provisional, hay que unir la decisión de Google de obedecer la orden del presidente Trump de vetar los intercambios con Huawei.

Hay dos aspectos curiosos en esta guerra comercial. Primero, confirmar esa falacia grandiosa de la supuesta libertad de mercado. Y segundo, maravillarse que los adalides del nuevo capitalismo autoritario sean los dirigentes del Partido Comunista chino. Y en medio de ese lío, ¿qué hago yo con mi teléfono?

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