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De vuelta y media

Severino Martínez

Un hombre hecho a sí mismo, que hizo fortuna con La Abundancia y dejó una fuerte impronta comercial y social

Un self made man en su expresión más genuina; de inteligencia natural; trabajador incansable y comerciante nato; mañoso, perseverante e intuitivo; y hombre de fiar. Así recuerdan quienes le conocieron a Severino Martínez Piñó, casi una leyenda en el sector de la alimentación durante la primera mitad del siglo XX en Pontevedra.

Nacido en Tourón, parroquia de Ponte Caldelas, marchó de joven a Brasil para salir de la pobreza. Pero la experiencia no resultó como esperaba y regresó pronto. Al desembarcar en Lisboa tuvo mejor suerte. Allí trabajó el tiempo suficiente para ahorrar algún dinero y encarar una vida mejor.

Entonces regresó a Pontevedra, negoció el traspaso de La Abundancia en buenas condiciones con los hermanos Francisco y Abel Hermida, y se casó con Celsa Martínez, hija del contratista Manuel Martínez. A partir de entonces, la fortuna empezó a sonreírle y ya nunca le abandonó.

Tan solo en una década se convirtió en un hombre razonablemente rico y de buena posición social en una ciudad emergente, durante la Dictadura de Primo de Rivera. Ambas cosas logró con el sudor de su frente y con un don de gentes que le abrió muchas puertas.

Una campaña para potenciar el Puerto de Marín y, particularmente, en favor de la consecución de escalas regulares de transporte de mercancías, situó a Severino Martínez por vez primera en la cresta de la ola. Los principales almacenistas como Juan A. Prieto, Valentín Muiños, Salvador Martínez, Ernesto Paz, Matías de Cabo y el propio Severino Martínez, dieron la cara y respaldaron a los alcaldes Hevia y Massoni. En poco tiempo consiguieron tan loable propósito con la implicación de las navieras Ibarra y Soto&Aznar.

Igualmente apoyó la fundación del Círculo Mercantil y a finales de 1930 entró en la junta directiva de la Cámara de Comercio con otras personalidades como Alejandro Mon, Bernardo López, Vicente V. Lescaille, Luís Fonseca, Ramón Poza y Bibiano F. Tafall.

En aquel tiempo inició su faceta como promotor en el entorno de La Abundancia y levantó su primera edificación en Benito Corbal, cuyo bajo ocupó la farmacia de Avelino Montenegro. Desde aquel lugar, limítrofe con el futuro cine Victoria, avanzó hacia Cobián Roffignac y construyó en el chaflán una magnífica casa, que todavía luce esplendorosa. Y continuó más tarde por la misma calle abajo, con otro edificio más modesto de ladrillos rojos.

Su prestigio creciente encarriló su elección en 1933 como presidente de la Asociación de Comerciantes de Ultramarinos y Comestibles. Junto a Severino Martínez compusieron aquella directiva Elías Muiños (vicepresidente), Diego Lores (secretario), Germán Pedrosa (contador), Isolino Acosta (tesorero), y Jesús Jaraiz y Benigno N. Vidal (vocales).

Al año siguiente, formó parte de la Comisión Inspectora encarga de supervisar la actividad de una oficina de colocación y defensa contra el paro obrero, dependiente del Ministerio de Trabajo y ubicada en el Ayuntamiento. Jesús Jaraíz, José Pazos y Severino Martínez, formaron el trío de vocales patronos, junto a los vocales obreros José Acuña, Ramón Lourido y Victoriano Vidal, bajo la presidencia de José Martínez. Esta representación no hizo otra cosa que confirmar su impronta social.

Un año antes de la Guerra Civil también se implicó a fondo en una movilización nacional para presionar al Gobierno encabezado por Joaquín Chapaprieta en favor de la retirada de algunos decretos que los empresarios de transportes consideraron muy perjudiciales para sus actividades comerciales. Él desempeñó el cargo de tesorero en la agrupación local, y acompañado de Ricardo Melero, Germán Pedrosa, Elías Muiños y Enrique Vázquez, acudió a una convocatoria de la Asamblea de Transportistas Libres de Galicia en A Coruña. Los tiempos ya estaban muy revueltos y no tardaron en empeorar.

Severino Martínez permaneció en Pontevedra durante toda la Guerra Civil y sus buenos contactos encarrilaron la llegada de algunos trenes con vagones cargados de mercancías básicas, desde aceite hasta harina, para despachar en La Abundancia y servir a los pontevedreses.

A lo largo de su vida casi espartana, Severino Martínez solo tuvo una gran afición, que incluso fue pasión: los coches. Por orden de la Superioridad, en 1936 entregó a la causa nacional su primer automóvil, un flamante Chenard Walcker, y cuando tres años después acudió a recogerlo en Zaragoza estaba totalmente inservible. Luego se resarció de aquella frustración con un Gilmand verde, que heredó su hijo Manolo. Y todavía disfrutó de tres coches más: un Seat 1400, un Seat 1500 y, finalmente, un Mercedes, según recuerdan sus nietos. Siempre le encantó conducir y recorrió España al volante.

A finales de 1937, participó en la constitución del Sindicato Provincial del Ramo de Alimentación y fue designado como delegado local entre los almacenistas coloniales.

Concluida la Guerra Civil, volvió a volcarse en La Abundancia, que era donde deseaba estar y no ocupó más cargos en ningún organismo industrial o comercial. Pero en 1940 se adjudicó en concurso público el servicio de aprovechamiento de barreduras del Ayuntamiento, aunque después no repitió la experiencia al año siguiente. Y también se embarcó en aquel tiempo en otra experiencia singular: el cultivo del tabaco.

El Centro de Fermentación y Experimentación del Tabaco en Salcedo, que se instaló poco después, situó a Pontevedra en el mapa tabaquero. Durante la campaña 1939-40, Severino Martínez participó activamente con 6.000 plantas ubicadas en su granja de Villacelsa. La Misión Biológica dispuso de 8.000 y la granja de Monteporreiro llegó hasta las 80.000 plantas.

Avezado lector de las revistas National Geographic y Selecciones del Readers Digest, entonces absolutamente minoritarias, el interés y la curiosidad por las actividades más insospechadas bulleron siempre en su mente despierta. En el jardín de su casa volcó todo su ingenio y maña, construyendo unos artilugios sorprendentes. La era actual, tecnológica y digital, seguramente le habría fascinado.

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