Confieso que en este asunto soy particularmente sensible. Supongo que será lo que le ocurre a un cardiólogo cuando presencia la dieta altamente desequilibrada de unos conocidos, o a un especialista en cambio climático cuando observa qué ocurre en los Polos, o a Zidane cuando decidió dejar el Real Madrid el verano pasado. El desconocimiento te hace despreocupado. Lo malo es que luego llega la desgracia y el arrepentimiento.

El gráfico adjunto muestra cómo cerramos los 28 países de la Unión Europea en 2018. Un buen número de Estados lo hizo con superávit; otros con un ligero déficit; y, finalmente, aparecen España y cinco más. Solo tres países acabaron con un déficit superior al nuestro. Con una deuda pública española cercana todavía al 100%, es cómo si alguien con el colesterol por encima de 400 se apunta a una intensiva temporada de cocidos.

Una desaceleración de la economía, una subida de los tipos de interés o una previsible tormenta financiera sobre Italia nos puede mandar de nuevo a la UVI; en un estado de salud fiscal sustancialmente peor que el de 2008.

En un momento en el que el ciclo rema a nuestro favor, toca mantener el equilibrio presupuestario, incluso alcanzar el superávit. Esto no es una cuestión de izquierdas o derechas, es un asunto de responsabilidad. La ideología llega cuando se decide cómo hacerlo: recortando gasto o elevando la recaudación. Hay múltiples caminos. Lo que no es razonable es quedarse parados.

*Director de GEN (Universidad de Vigo)