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Pedro de Silva

Muerte de un obispo

Las pequeñas ciudades con obispo son una especie de fósil, el remanente de una antigua importancia, casi una lección de historia. Una diócesis en especial evocadora es la de Astorga, ciudad fundada por Roma (Asturica Augusta) como nueva capital de los astures, tras haber arrasado Augusto la no lejana Lancia. Allí pastoreaba el obispo Juan Antonio Menéndez, hombre de rostro aniñado, rubicundo y grato, que presidía la comisión contra la pederastia entre el clero y emitió algunos de los pocos mensajes sensatos y directos que sobre el asunto he oído a dirigentes de la Iglesia. El obispo ha muerto en la calle de un infarto fulminante, se dice que abrumado por el trabajo encomendado, algo imposible de saber. Parecía un hombre bueno, sencillo, inteligente y cabal, y su humilde figura debía de contrastar bastante con las hechuras del formidable Palacio Episcopal diseñado por Gaudí (hoy museo).

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