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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Las batallas

Entre las virtudes esenciales del sistema democrático está, y seguramente con el máximo rango, la de defender, en el marco del ordenamiento jurídico vigente en cada momento, el derecho de la ciudadanía a ejercer todos los que garantiza la Constitución, a la vez que respetar los de los demás a hacer lo mismo. Cierto que es una reducción ad simplicem que puede matizarse e incluso debatirse, pero al menos desde el punto de vista de quien escribe, recoge con buena voluntad otra característica clave: la de proteger y aplicar la igualdad desde el principio de que el ius es suum cuique tribuere: dar a cada uno lo que le corresponde.

Aplicado a la llamada "cuestión lingüística", parece oportuno, y más en un día de exaltación del gallego como lengua de este antiguo Reino -en cooficialidad con el castellano-, afirmar como un hecho que hoy ambos idiomas están en igualdad de posibilidades y en libertad de utilización. Que no implica otra cosa que un uso solo dictado por el libre albedrío de quienes opten por uno u otro desde algo que tampoco parece discutible: en la actualidad las gentes del común acceden sin dificultad alguna al conocimiento de las dos y por supuesto en la Administración prima la vernácula sin que, al contrario de lo que ocurre en otras comunidades, el español tenga problemas. Y eso es medible.

Es evidente, y conviene insistir en ello, que no todos están de acuerdo con esa descripción. Para comprobarlo bastaría con repasar las declaraciones procedentes de los dos sectores más alejados de lo que muchos llaman "centro", tanto por la derecha como por la izquierda. En este último sitio estarían el BNG y otras fuerzas políticas y asociaciones nacionalistas que niegan la mayor y denuncian casos que entienden prueba de sus tesis, mientras al otro lado se hallan básicamente Vox y sus terminales, denunciantes poco menos que de la liquidación del castellano con la vigente normativa. Tienen derecho a pensar y decir lo que quieran, pero la realidad aparenta ser otra: puede que con salir más a la calle, y no siempre a la misma, lo comprobarían in situ.

Es posible que antes de los latines habría que utilizar el griego, ya que en esta cuestión y expuesto lo que precede, la mayor parte de los observadores aceptan lo de Aristóteles, que colocaba la virtud en el punto medio -o sea, el centro, según la traducción que conviene en estos tiempos-, aunque no sea políticamente exacta del todo. Porque si algo está situado más a la izquierda de Vox, por poner un ejemplo, y a la derecha del Bloque, cabe en lo posible que resulte aristotélico y, en consecuencia, que no se deba hablar de "guerra" lingüística propiamente dicha en Galicia. Si acaso, de "batallas", y tampoco épicas.

(Batallas, conste, ha habido bastantes, aunque también en ese aspecto son cada vez menores en número y en crudeza. Su frecuencia aumenta cuando tocan a vísperas electorales, y entonces los extremos -referido el término solo a su aspecto ocupacional- afilan la dialéctica y agudizan sus argumentos. Se vio hace poco en un pleno parlamentario cuando doña Ana Pontón, brillante oradora donde las haya, acusó al presidente Feijóo de una política lingüística "galeguicida", o algo semejante. En opinión de quien escribe, su señoría exagera, acaso tanto como en otros aspectos, y se nota. Quizá por ello el Bloque cae a veces muy deprisa y de cuando en vez sube tan despacio.

¿Eh?)

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