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Ceferino de Blas.

Listas de espera (privadas)

Un antiguo compañero sintetizaba en una sencilla teoría el principal problema de la ciudadanía con la sanidad. La cuestión radica en la espera, en que te atiendan, argumentaba. Una vez que te admiten y estás dentro, comienza la solución, y la atención es magnífica. Muy cierto.

Por eso, lo que más temen los responsables sanitarios es que se disparen las listas de espera. En contrapartida, los políticos, cuando quieren mejorar la imagen y ganar votos, prometen rebajar las existentes hasta porcentajes tolerables. Aunque nunca prometerán listas cero. Sería un desatino que ni los más osados se atreven a formular.

Una de las fórmulas usuales de adelgazarlas es desviar casos a la sanidad privada, puesto que no existe capacidad o posibilidades, por medio de la pública. De ahí que no resulte infrecuente leer noticias de que se utilizan los hospitales privados para aligerar esas largas colas de pacientes que aguardan, a veces durante más de un año, a que les intervengan o les atienda algún especialista.

La razón de fondo es que la salud es una cuestión prioritaria para la ciudadanía, y siempre encuentra a la gente sensible para responder a la demanda de mejor atención: con protestas, manifestaciones y todo tipo de acciones de resistencia. Cualquier convocatoria por razones sanitarias reúne de inmediato masas dispuestas a marchar en su apoyo.

¡En España, donde la sanidad es una de las mejores del mundo, la salud es un derecho, universal y gratuita! Algo inimaginable, por ejemplo, para un norteamericano.

Contaba el psiquiatra Luis Rojas Marcos, que ejerció durante muchos años como director de los hospitales de Nueva York, que en EE UU hay que ser rico o muy pobre, para tener acceso a la atención hospitalaria. Los ricos, porque poseen capacidad para pagarse los mejores médicos, y los pobres porque disponen de atención gratuita.

El problema es de las clases medias, que no tienen derecho a la atención hospitalaria, salvo que hagan el correspondiente seguro, muy caro. De ahí que, los que pueden, eligen sus trabajos en función de los seguros médicos que les permita utilizar su servicio cuando lo necesitan. Perder el seguro sanitario es quedar a la intemperie, porque pueden llevarte a un hospital y que no te atiendan.

Por la sanidad universal en EE UU peleó con denuedo el presidente Barak Obama, pero la llegada de Trump ha devuelto el problema a la situación anterior.

En España se ha extendido la costumbre de suscribirse a un seguro privado. Son muchas las compañías del ramo que publicitan una excelente atención sanitaria. Es la solución para los que carecen de Seguridad Social y una garantía supletoria para los que la tienen.

En teoría, facilita una atención prácticamente inmediata o en el plazo máximo de 48 horas, y así figura en los anuncios.

Sin embargo, a la hora de la verdad, no es así o no lo es en determinadas circunstancias.

Veamos el ejemplo de un paciente, abonado a una aseguradora adscrita a un centro sanitario en Vigo, de reconocida fama.

El paciente sufre problemas dorsales. Para ser auscultado solicita la atención de un especialista con nombre y apellidos, habitualmente muy solicitado, lo que supone que debe ponerse a la cola, y aguardar [sic], más de dos meses.

Una vez recibida la atención del especialista, y hechas las pruebas técnicas recomendadas, rápidas y eficaces -según la teoría mentada, una vez en atención, todo resulta magnífico-, se entra en una segunda fase de lista de espera.

Hay que acudir a la ventanilla de atención terapéutica, y ya se sabe quien tiene el mando, cuando hay un mostrador por medio.

No se confundan y crean que quien manda en recepción es el especialista que recomienda el tratamiento ni siquiera la teórica urgencia del caso, que suele alegar el paciente. Decide la persona detrás del mostrador, por lo general del género femenino, que responde en tono firme - aunque sea afable, el paciente lo traduce por solemne, y si está molesto, hasta por sádico-, que existe una lista interminable, y hay que ponerse a la cola.

Han transcurrido más de cuarenta días [sic], desde que el especialista recomendó al paciente sesiones de terapia, y aún espera la llamada que le advierta que hay un hueco. Eso sí, sabe por experiencia, y por eso aguarda paciente, que el tratamiento es magnífico.

En fin. Las listas de espera de la Seguridad Social constituyen uno de los serios problemas de la sanidad pública, que a veces alivia la sanidad privada. Pero, ¿quién alivia las colas de esta?

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