| Cambian los actores del duelo. Hace cuatro años Galicia afrontaba las elecciones municipales bajo el dilema de optar por la estabilidad o el cambio. La campaña se movió en esa dicotomía. La derecha advertía de gobiernos débiles pactados en "los despachos de los perdedores" y la izquierda, sobre todo la nueva izquierda, blandió la bandera de la transparencia y la limpieza frente a la corrupción y prometió gobernar para los ciudadanos. El resultado, el PPdeG sufrió un correctivo al perder las diputaciones de Pontevedra y A Coruña y las alcaldías de A Coruña, Santiago y Ferrol.

En 2019, la contienda electoral se desarrolla bajo parámetros diferentes. El duelo ya no se dirime tanto entre la nueva y la vieja política, los de arriba y los de abajo, el marco que Podemos logró fijar en 2015. Ahora, la pugna se vuelve a librar entre PPdeG y PSdeG, y las Mareas son ya personajes secundarios. Los populares darán la batalla por recuperar el liderazgo político y volver a ser la fuerza más votada, tras el descenso a la segunda plaza el 28-A. Y los socialistas, liderados por Gonzalo Caballero, intentarán amarrar el primer puesto, logrado por primera vez en su historia, para convertirlo en su plataforma de lanzamiento de cara a las elecciones autonómicas.

Con una participación de casi el 74% de los gallegos llamados a las urnas, el 28-A los socialistas lograron el 32% de los votos (más de 524.000 papeletas), cuando en los comicios municipales de 2015 habían recogido el 26% (poco más de 390.000 votos) en una cita electoral con una participación del 66%. El incremento ha sido espectacular y mantener el listón es difícil, pero los socialistas gallegos confían en el efecto arrastre de las generales.

Por su parte, los populares creen posible la remontada porque el efecto del miedo a un pacto de PP, C's y VOX se ha amortiguado. Además en Galicia, el partido de Santiago Abascal se presenta en solo 13 concellos y la fuerza de Albert Rivera en 72 concellos. Es decir, en muchos municipios, los electores de derecha solo tendrán al PP como única opción de voto. Hace dos domingos los populares consiguieron 447.562 votos (27%) y en las municipales de 2015, con una participación mucho menor, casi 529.000 votos (35%). El PP desconfía más de sus posibilidades de recuperar poder urbano. Puede regresar a la alcaldía de Ferrol, pero es más complicada la reconquista de A Coruña y Santiago y de las diputaciones de Pontevedra y A Coruña.

| Multipartidismo. Otra diferencia con hace cuatro años es la fragmentación del espacio político. En 2015, asistíamos a los estertores del bipartidismo imperfecto con la irrupción de Podemos, bajo la marca Mareas en Galicia, y de Ciudadanos, frente a los partidos de siempre, PPdeG, PSdeG y BNG. Si entonces parecían muchos actores, ahora ya hay demasiados. Son siete, aunque con distinto protagonismo. En el bloque de la izquierda, está el PSdeG, lo que queda de En Marea, su escisión, liderada por Podemos e integrada por Esquerda Unida y Anova con sus dudas, y también el BNG. Y en el bando de la derecha, ya no campa a sus anchas solo el PP. Las incursiones de Ciudadanos y VOX empiezan a hacer efecto. El partido de Rivera sumó en las generales casi 183.000 votos y la fuerza de Abascal, casi 86.126 papeletas.

| Pactos indispensables. La fragmentación de la oferta electoral, o dicho de otro modo, el multipartidismo, impone que el 27-M, un día después de que los gallegos se hayan pronunciado, empiecen a negociarse pactos de gobierno en un buen puñado de municipios. La novedad es que la derecha tiene con quien negociar, y por si se presenta esta oportunidad, los populares han desterrado el argumentario en contra de "los pactos de perdedores", que tanto denostaron en el pasado. Ya no defienden que debe ganar la lista más votada, desde que en Andalucía el PP tocó poder con la ayuda de C's y VOX.

El día que arrancaba la campaña electoral, Alberto Núñez Feijóo, preguntado por si estaba dispuesto a llegar a acuerdos con el partido de Abascal, contestó que no los descartaba. Admitió que el modelo será el andaluz, es decir, no gobernar con VOX, pero sí aceptar sus votos para tomar las alcaldías. Feijóo, que públicamente ha reconocido que le "indignan las propuestas de Vox sobre mujeres y autonomías," no cierra, en cambio, la puerta a pactos, si lo precisa. No vaya a ser que el partido de Abascal repita resultados y en A Coruña sume casi 10.000 papeletas como el 28-A, o en Ourense, 3.570, o en Santiago, casi 2.900 y en Ferrol, más de 2.600 votos. Y esos votos se traduzcan en ediles y esos concejales ayuden a los del PP a sumar la mayoría necesaria para gobernar.

Una de las máximas de la campaña del PPdeG es el llamamiento a unir el voto de centroderecha en torno al PP para impedir que votos a C's o VOX ayuden a la izquierda a sumar alcaldías, pero tras el veredicto de las urnas buscará el entendimiento con los de Rivera y Abascal, si fuera menester. ¿Su centrismo no quedará en entredicho si se apoyan en VOX en alguna alcaldía para gobernar?

El PP giró de inmediato tras el descalabro del 26-A y el propio Pablo Casado tildó de extremaderecha al partido de Santiago Abascal, pero no se contempla un cordón sanitario a esta fuerza, como se ha hecho en otros países europeos con partidos semejantes.

| Las autonómicas, en el horizonte. El resultado de la cita con las urnas el 26-M servirá a los partidos para testar sus posibilidades en las autonómicas del año que viene y para decidir si deben reformular estrategias, afinar mensajes o renovar caras. Los comicios generales apuntaron un cambio de ciclo, pero puede ser coyuntural y a nivel estatal y sin réplica en la escena autonómica. El PPdeG tiene un gran suelo electoral, y la fragmentación de la izquierda no ayuda a impulsar la alternativa a la derecha. Dentro de dos domingos los populares comprobarán cuán grande es el agujero que sus rivales por la derecha han hecho a su saca de votos y hasta qué punto es imprescindible que Feijóo vuelva a repetir como cabeza de cartel y mayor garante de otra victoria. El PSOE sabrá lo cerca o lejos que está de disputar al PPdeG la Xunta. Las fuerzas del espacio rupturista (En Marea, Podemos, Anova, EU, ...) deberán replantearse su futuro si quieren seguir pintando algo en la política gallega, y el BNG buscará nuevas oportunidades de recuperar el protagonismo perdido, aprovechando la crisis de En Marea.