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Joaquín Rábago.

Culpar al otro

Una vez más no han podido algunos gobiernos europeos evitar la hipocresía al acusar a Irán de poner en peligro el acuerdo nuclear al que llegaron en 2015 seis países -Estados Unidos, Rusia, China, Alemania, R.Unido y Francia- además de la Unión Europea, con la República Islámica. Porque es evidente a ojos del mundo que la principal y hasta ahora única amenaza es la que supuso la ruptura unilateral, hace ya un año, por EEUU de ese pacto tan arduamente logrado y cuyo objetivo no era otro que impedir a Teherán dotarse del arma nuclear.

Lo único que ha hecho ahora el presidente iraní, Hasan Rohani, tras el anuncio por Washington de nuevas sanciones económicas y comerciales contra su país, es reclamar a los europeos que cumplan lo solemnemente prometido por todos cuando se firmó aquel pacto.

Es decir que, frente a lo que quiere EEUU, se permita comprar petróleo iraní a los países que lo deseen y que se garantice además que no se excluye a Irán del sistema de pagos internacionales.

La mayoría de las transacciones se efectúan en dólares aunque Irán lleva tiempo intentando recurrir en su lugar al euro, algo que escuece especialmente en Washington.

Pero en un claro abuso de poder, EEUU ha amenazado ya no solo a Irán, sino también a las empresas de terceros países, entre ellos los europeos, que negocien con la República Islámica. Se trata de las llamadas "sanciones secundarias", que han disuadido ya a muchas de esas empresas de seguir operando en la República islámica.

Acosado en casa por los demócratas, que le acusan de persistente obstrucción de la justicia, y aconsejado por el más vehemente equipo de halcones que ha tenido nunca la Casa Blanca, Trump no parece ver otra forma de desviar de sus problemas internos que atizando continuas crisis fuera sin que parezcan importarle las consecuencias para la paz del mundo.

Lo hemos visto en Venezuela, con su descarado apoyo al autoproclamado presidente interino Juan Guaidó y sus continuos llamamientos al Ejército de ese país para que dé un golpe militar, y lo vemos igualmente con la última demostración de fuerza ante Irán al anunciar un reforzamiento de las sanciones y el envío de un portaaviones al Golfo Pérsico.

Aprovechándose de su poderío militar y económico y del privilegio que supone el hecho de que en las ventas de petróleo se utilice como medio de pago la moneda estadounidense, Washington aprieta y ahoga a los países que se le resisten con el farisaico argumento de que no respetan la democracia.

Porque es el colmo del cinismo que un Gobierno que solo piensa en vender armamento a países como la feudal Arabia Saudí, al Egipto del golpista Al Sisi o a un Israel que oprime y expropia a los palestinos, por citar solo a algunos de sus más estrechos aliados, hable de democracia y de derechos humanos para justificar un cambio de régimen.

Escuchando no solo a sus halcones sino también al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y al despótico príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, ambos enemigos confesos de Israel, Trump no parece temer un nuevo incendio en la región.

Tras aguantar ya un año la asfixia de EEUU y agotada ya su paciencia, Irán ha dado dos meses a los otros firmantes de acuerdo para que pasen de las buenas palabras a los hechos.

De no ser así, no se sentirá ya obligado a cumplir los límites pactados sobre almacenamiento de uranio enriquecido y agua pesada, elementos imprescindibles para la fabricación del arma nuclear. Y todos, también los europeos, sufriremos las consecuencias. ¡No culpemos al que se asfixia sino a la mano que aprieta!

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