La entrega a la Universidad de Vigo del retrato oficial del anterior rector, Salustiano Mato, constata que la institución académica ha establecido la costumbre de ritualizar a sus representantes. Una tradición que existe en la mayoría de las instituciones del mundo.

Es la forma de recordar a los personajes que las han regido y sus aportaciones al cargo que representaron.

Lo sorprendente es que en la principal institución de Vigo, el Ayuntamiento, no se haya establecido esa encomiable y universal tradición de mostrar los retratos de los alcaldes.

Es una de esas contradicciones tan viguesas: por una parte enorgullecerse de pertenecer a la ciudad y, por otra, minimizar aspectos que simbolizan aquello que se es.

Podría achacarse a una humildad mal entendida, y se traduce en una especie de desinterés. Parece que solo se aprecia lo sustantivo y se minusvalora lo que se considera formal o protocolario.

Es uno de los argumentos que suscitan las suspicacias foráneas sobre la sensibilidad de los vigueses y cómo interpretan lo que no es material y tangible.

Un ejemplo es el caso que nos ocupa. Los representantes del poder local, alcaldes de una de las quince ciudades más importantes del país, se han inhibido al compensar la propia imagen y reponer la de sus colegas. Ninguno en la larga historia de la Alcaldía de Vigo se ha atrevido a colgar su retrato.

Paradójicamente, esa inhibición contrasta con la actuación de las respectivas corporaciones, que han reconocido los méritos de algunos, poniendo su nombre a calles de la ciudad.

Ya es hora de que la Casa Consistorial de Vigo cuente con su Galería de Alcaldes, para que cuando los ciudadanos la visiten puedan reconocer a quienes los han regido, su periodo de mandato y la semblanza biográfica, que debe acompañar a cada cuadro.

Antes habrá que solventar el problema que plantea la creación de esta sala. ¿Cuándo se comienza la colección? Será un empeño imposible empezar con el primer alcalde vigués que se conoce, Nuño Vázquez, de antes de 1514, y los que lo siguieron en los siglos XVI a XVIII. De muchos no existe la imagen y sus datos biográficos son confusos.

Un buen objetivo sería incluir a los que ejercieron desde que Vigo es ciudad: a partir de 1810, cuando se le concede el título. Las complicaciones con la imagen de algunos -si no se conservan retratos ni grabados-, debe subsanarlas la investigación o, en último extremo, la creatividad.

A efectos prácticos, debería partirse de la actualidad hacia el pasado, comenzando por el periodo democrático, desde las primeras elecciones de 1979. Una vez completado este ciclo, o en simultáneo, si se consiguen retratos que ya existan, rebobinar la historia, desde Emma G. Bermello, la alcaldesa en funciones, última del posfranquismo, y todos los regidores del siglo XX.

Muchas familias de los alcaldes que ha habido en la ciudad, sin duda conservarán sus retratos o buenas fotografías de los mismos, que podrían ceder para la galería.

Vigo ganará con el resarcimiento de la imagen de sus alcaldes, en reconocimiento histórico, aportación artística -deberían encargarse a buenos artistas gallegos- y patrimonio cultural. Y el Ayuntamiento, en humanidad, al engalanarse con los cuadros de quienes lo rigieron. Supone una vivificación de la historia.

El trecho documental ya está recorrido. El historiador Juan Miguel González acaba de publicar un oportuno trabajo: "Os concellos e os alcaldes de Vigo". El libro que relata la trayectoria de los regidores vigueses -qué se hizo en el mandato de cada cual-, con el que documentar la instalación de la galería.

¡Una tarea urgente e inexcusable para el inminente nuevo mandato municipal!