Como me gusta conocer mundo, suelo acudir a las salas de espera de los médicos de familia para familiarizarme con el género humano y sus diversos tipos. (Bueno, en realidad voy solo cuando algún mal me aqueja; pero confesarlo me arruinaría el artículo, ustedes perdonen). Poco a poco he ido elaborando una tipología de los mismos. No es difícil: todo el mundo grita y es imposible no oírlo. Al alcance de la mano están en cualquier consultorio público o privado. Vamos a definirlos, alterando masculino y femenino para que nadie se me ofenda. El género es intercambiable.

"El sabelotodo". Dícese del que no hay enfermedad que aparente desconocer. Sabe lo que padecen él y los demás. Considera unos inútiles a los médicos. Es francamente analfabeto y pesimista. Opina así: "Eso suyo va a ser o psoriasis de colon o lumbago o algo de la columna medular, se lo digo yo. Pero cuidado, que igual es del riñón, un hueso muy traicionero. El mes pasado enterré yo a un amigo que tenía la misma pinta que usted. Pero, vaya, a lo mejor no es nada. De algo hay que morir".

"La contrasintáctica". Dícese de la persona que lucha contra el orden y el sentido de las frases. No se le entiende ni papa, pero no calla. Farfulla así: "Yo es que estábamos con eso y luego, claro, venía y qué sé yo, yo ya a mí me entiendo, ¿sabes cómo te digo? Lo cual que eso toca, hija, porque dónde habré puesto los clínex".

"El prisas". Dícese del que pasea agitado, atisba el interior de la consulta, mira la hora, chasquea la lengua, se sienta y se levanta. Se le reconoce también porque no para de preguntar a todo quisque a qué hora le han dado cita. Cuando termina lo que sea que haya ido a hacer, suele vérsele en la cafetería, haciendo minucioso y paciente el crucigrama.

"La voceras". Dícese de la que grita como si se acercara el apocalipsis. Vocifera así: "¡Me tocaba a mí ya! ¡Desde luego, qué país, qué poca cultura! ¡No, si no sé cómo no protestamos! ¡Me van a oír, que tengo un cuñado que es cargo!".

"El fatalista". Dícese del que no para de negar con la cabeza. Se le oye susurrar: "No sé ni para qué vengo, total... Esto mío no tiene solución. Caja de pino, ya verás".

"La suspiros". Dícese de la que no habla, pero larga quejumbrosas espiraciones frecuentes. A veces, suelta un "¡Ay, madre...!".

"El despatarrado". Dícese de un abominable ser que se sienta separando con ostentación sus extremidades inferiores. Poco dado a la higiene. No habla. Se le oye eructar impasible. Se hurga la nariz como si sacase de ella perlas.

"La guasapera". Dícese de quien vive del guasap, por el guasap y para el guasap. Nunca atiende hasta la tercera vez cuando el doctor la llama. Entra a consultar tecleando el móvil y aclarando siempre: "Es que voy a ponerlo en silencio".

"El colón". Dícese del que llega y abre la puerta del médico sin encomendarse a nadie. Suele disculparse más falsamente que Judas: "Ah, creí que me habían llamado". Y si cuela, se cuela.

"Los llevaniños". Dícese de esos seres inexplicables que acuden al médico con una patulea de menores como acompañantes. Los dejan que retocen por el suelo, chillen y molesten sin parar. Cuando alguien protesta por la patada que acaba de recibir del guaje, sentencian: "Son niños, ya se sabe".

Ustedes mismos, lectores, podrán añadir a la lista más tipos. Basta con acudir a una sala de espera. ¿No han notado, no obstante, que me falta un personaje clave de esta comedia? Claro. Es "El enfermo". Se caracteriza por mantenerse callado, comedido. Acude al facultativo porque se encuentra mal. Ni molesta ni suele entablar conversación. Si le preguntan, responde con monosílabos. Tiene la vista perdida y cara compungida. Es una rara especie que no suele abundar. Protéjanla y cúrenla.

Haz click para ampliar el gráfico