Ha vuelto la ilusión de votar como si de unas navidades electorales se tratase. La gente haciendo cola para escoger gozosa el décimo ganador y depositarlo en la urna. El premio fue madrugador, porque antes de que las mesas comenzasen a cantar las papeletas, ya había triunfado la democracia con una participación histórica. Pero en democracia lo importante no es solo participar, sino también ganar y escasos son los que se contentan con votar en blanco. La ilusión es que tu papeleta sea la premiada, bien para celebrar la victoria de los tuyos, bien para saborear tu contribución a la derrota de los contrarios. Tras la frustración de tantas promesas incumplidas, para muchos ciudadanos la ilusión se reduce a esto último, cuando no a la pura abstención. De ahí que los líderes se esfuercen en alertar del peligro de que gane el contrario.

Seguramente de no haberse producido un gobierno en Andalucía gracias al apoyo de la ultraderecha, la movilización de la izquierda no hubiera sido tan alta, pero esta vez el peligro se percibió como presente y claro. No hizo falta que el PSOE jugase a fondo con este mensaje. Además, el trabajo le vino rodado por la lucha entre el PP y Ciudadanos por ver quién era más anti-Sánchez y la de ambos con Vox por erigirse en el partido más bronco y carpetovetónico.

El resultado electoral tiene varias lecturas. La victoria de Pedro Sánchez, como la anterior de Zapatero, es en gran parte exógena. Cierto que después de muchos años renació la ilusión en la izquierda por sacudirse tanta frustración, pero también por sacudirle a las derechas en las urnas, pocas veces tan impertinentes, arrogantes y matonas como en la pasada campaña electoral. La ilusión se combinó con la indignación. Quiere esto decir que Pedro Sánchez no ha recibido un cheque en blanco y que debe esmerarse en gobernar sin que el suflé se venga abajo.

La estrepitosa caída del PP se barruntaba no tanto por los casos de corrupción o por el viraje hacia la derecha más rancia -su electorado lo aguanta casi todo- como por la huida hacia Ciudadanos de destacados militantes. Como sucedió en el PSOE con Susana Díaz y Pedro Sánchez, las primarias entre Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado ahondaron en la crisis del partido y Ciudadanos se ha convertido en la alegre puerta giratoria de los que se ven desahuciados. Habrá que esperar a las próximas elecciones autonómicas y municipales, pero allí donde Pablo Casado se ha enfrentado a las juntas locales del PP imponiendo sus candidatos puede que reciba la misma medicina.

Otra conclusión, al hilo de los dos primeros partidos, es la derrota de la vieja guardia. José María Aznar bajó del olimpo para ayudar a Casado a refundar un PP sin complejos. Le animó a meterse en la pelea de gallos de la derecha y salió desplumado. El desastre del PP tuvo que helarle la mirada; esa que nadie podía aguantar mirándole a la cara, seguramente porque al verla muchos desviaron la vista hacia las otras derechas. Algo parecido le ha sucedido a Felipe González y, sobre todo, a Alfonso Guerra. Sus discrepancias públicas con Sánchez armaron el guión de campaña de Ciudadanos. Sin duda, Rivera acogería gustoso a Guerra en sus listas. Por fortuna para Sánchez, los electores socialistas, como en las primarias del PSOE, desoyeron al antaño célebre trilero y hoy oráculo del nacionalismo español.

Los que restan valor a los 123 escaños conseguidos por el PSOE no se dan cuenta de que las mayorías absolutas son cosa del pasado, igual que las que conseguía en audiencia Televisión Española cuando no tenía más competencia que las televisiones autonómicas. Hoy han venido para quedarse otros partidos tanto de ámbito estatal como autonómico.

El éxito de Ciudadanos es importante y seguramente le debe mucho a haber sido el muro de contención del separatismo en Cataluña. No ha conseguido sobrepasar al PP, aunque es posible que lo consiga en las autonómicas, porque en este ámbito conserva aún la virginidad de no haber gobernado. Ya veremos cuando lo haga, porque una cosa es dar espectáculo con caras conocidas y otra dar trigo.

No hay nada peor que presentarse dividido ante el electorado y ese pecado lo pagó caro Unidas Podemos. Pablo Iglesias remendó algo los rotos de su partido durante los debates electorales. Parecía Pablo cayendo del caballo antisistema para abrazar la Constitución y puede que unos no lo desearan y otros no le creyeran.

Por último, el avance de los partidos nacionalistas e independentistas es una enmienda a la totalidad de las políticas de la derecha y a su concepción de España y de su organización territorial. La política de confrontación desde ambos bandos no es la solución, es El Problema, con mayúsculas. Sánchez está obligado a caminar por el alambre, como en su día Adolfo Suárez, y, al igual que él, lo tendrá difícil si la oposición lejos de apoyar un pacto de Estado se dedica a desestabilizarlo. Por fortuna a Vox no le han crecido las garras como quisiera y sería deseable estar atentos para que la desilusión no lleve de nuevo a la abstención, porque el gato puede convertirse en tigre.

*Catedrático de Derecho Constitucional