Las derechas no suman, solo restan. El progresismo nacional avalaría este enunciado, si ya ha salido de la borrachera provocada por un voto movilizado ante el pánico al neofranquismo. Sin embargo, si se redondea la frase constatando que "la habilidad estratégica de Pedro Sánchez logró que tres partidos conservadores colisionaran entre sí", la izquierda se indignará contra la mera insinuación de que el presidente de Gobierno posee alguna virtud. Vale que González ganaba elecciones que quería perder, véase 1993, y que Zapatero desconoce la derrota como candidato, pero el desapego hacia los logros de su sucesor incurre en crueldad psicológica.

Si se anuncia que "los resultados del PP obligaban a Pablo Casado a dimitir a las diez de la noche del domingo", los votantes conservadores coincidirán en la desfachatez del candidato derechista, que ha hundido el portaaviones de poder y corrupción más importante de la democracia. Sin embargo, si se añade que "Sánchez conduce a Casado al colapso", conservadores y progresistas se apresurarán a coincidir en que el presidente del Gobierno no puede recibir ni la insinuación de un parabién por el descalabro popular.

Sánchez nunca hace nada bien. Solo sirve para negociar con los independentistas arrepentidos, con los terroristas desarticulados y con los comunistas también extinguidos, incluso en Cuba. Ante la furia unánime en su contra a izquierda y derecha, este Robinson recorre su camino en solitario. Ni siquiera se refugia en las siglas del PSOE, ha prescindido de los figurones que le precedieron en el cargo. Así pueden culparle de adanismo, que sería seguidismo y falta de personalidad si se amparara en sus mayores. No busque perfiles favorables del hombre que ha utilizado la momia de Franco para arengar a sus huestes y neutralizar a sus enemigos. Cada victoria lo hunde más en el banquillo de los acusados.