El 15 de junio de 1977, al recuperar la democracia, pocos dudaban de que ganaría la UCD de Suárez recién constituida; pero sorprendió su exigua mayoría. El 28 de octubre de 1982, con la UCD descompuesta, el pronóstico era que ganaría el PSOE de Felipe González; pero nadie vaticinó que por más de 200 diputados. El 14 de marzo de 2004, tras los atentados de Atocha, el voto se disparó en favor de Zapatero, rompiendo el empate entre PP y PSOE que señalaban las encuestas en los últimos días. Contribuyó una nefasta gestión de la crisis por parte del Gobierno Aznar. Cuando todo el mundo ya sabía de la autoría yihadista de la masacre, Aznar llamaba personalmente a los periódicos insistiendo en que había sido ETA. Cayeron, semanas después, los directores de "El País" y de "El Periódico de Cataluña" porque tragaron su noticia falsa y cambiaron la portada de la edición especial.

Incertidumbre la hay siempre en un recuento electoral pero nunca tanta como ahora. Se suman muchos factores: primero, la aparición de una fuerza de extrema derecha, y de indignación, en sintonía con el ascenso internacional del populismo (Estados Unidos, Brasil, Italia o Finlandia) espoleada aquí por el desafío desestabilizador del independentismo catalán. En segundo lugar, el alto número de indecisos hasta el último momento con sospecha de que el voto oculto es mayor que nunca. Cualquiera sabe el signo de tanto voto por correo. Sumemos dos debates seguidos de candidatos presidenciales, algo insólito en cualquier país. Más de un debate sí, pero al día siguiente, lo nunca visto. Consideremos además la incógnita del liderazgo conservador que se disputan Casado y Rivera -"las primarias de la derecha", según Pedro Sanchez- pero con un tercero en discordia que desbordó aforo en sus mítines. Inquietante. Y fichajes sorpresa de última hora impactantes como el de Ángel Garrido, presidente popular de la Comunidad de Madrid hasta hace unas semanas. Se fugó a Ciudadanos "porque Casado ha derechizado el PP". El propio Casado se enteró por la prensa, como Garrido con su relevo; igual que el resto de defenestrados de las listas populares. Con tantos golpes de efecto seguidos, incertidumbre disparada. Máxima tensión garantizada en el recuento.

Pero hay una incógnita más, que nunca se desvelará: la opinión de miles y miles de españoles residentes en el extranjero que podrían haber votado pero las dificultades técnicas de un farragoso procedimiento se lo ha impedido. "Lo del voto rogado fue un retroceso", señala un embajador. Inadmisible dejarlos, en la práctica, sin derecho a votar. Urgente la reparación.

A estas elecciones llegamos con el mal sabor de los crispados debates electorales. Se esperaba más altura de Estado, sin reyerta dialéctica. Quien no se controle en una situación de crisis creada argumentalmente, es dudoso que reaccione con la serenidad exigible ante graves problemas reales. El mundo rural esperaba que abordaran asuntos olvidados, como el de la España Vaciada. Hay indignación. La única sorpresa, un Pablo Iglesias, empeñado en acuñar su imagen de moderación, aprovechando que a él no le atacaban. Algo así como un refuerzo a su petición de participar en el Gobierno.

A cara o cruz. Si suman las derechas, tendremos a Casado, o a Rivera, en Moncloa. Es la incógnita añadida. Si no suman, Pedro Sanchez puede gobernar, pero a saber con quién. Cuantos más diputados obtenga, menos dependencia externa. Entre los convencidos de su entorno, no se descarta un período largo de gobierno en funciones porque las negociaciones se intuyen muy difíciles. Si la opción de gobierno no queda clara, habrá que dar tiempo a que se olviden los proclamados cordones sanitarios y las aseveraciones tipo "nunca pactaríamos con estos". O repetir elecciones. Absurdo, pero ya pasó.

En definitiva: saber, saber, de verdad nadie sabe nada. Abróchense el cinturón. Un recuento electoral tan tenso merecería reforzar las guardias de cardiología en urgencias. Viene muy fuerte.