Así que, llegado también a Galicia el día y a punto de recogerse la romería electoral -por poco tiempo: a la vuelta de calendario están las municipales y las europeas, que también tendrán ruidoso cortejo- es buena ocasión para hacer lo que se propone. O sea, para dedicar tiempo a la beata Reflexión, imposible de canonizar porque en este país tiene pocos devotos, pero que no debe relegarse en el escalafón del santoral, por si acaso. Sobre todo después de una campaña tan larga -contabilizadas la oficial y la otra- e impregnada de manejos, cinismo y falta de escrúpulos y de incoherencias: es decir, lo habitual, pero en grado superlativo.

Conste que, al menos desde el punto de vista de quien escribe, a esa invitación reflexiva que se formula urbi et orbi deberían aplicarse, antes que nadie y seguramente con mayor fuerza que los demás, varios de los protagonistas gallegos de la campaña. Y no solo por aquellos calificativos, que por más que resulten solo de una opinión serían probablemente compartidos por un sector del público votante, sino por otros datos menos opinables por medibles. Por ejemplo, las pésimas "notas" que los encuestados conceden a los aspirantes a jefe de Gobierno.

Por supuesto que lo de mañana no es un ejercicio apto para más números que los del recuento de sufragios, pero el dato de que ninguno de cuantos optan a la cúspide no alcanza siquiera el aprobado de los examinadores debería, por significativo, no ya ser objeto de la reflexión que se solicita, sino incluso de una meditación prolongada en el silencio de un convento. Y más aún si se tiene en cuenta que alguno de los suspendidos comenzó la carrera corriendo con ventaja. Y no vale la excusa de que "siempre se hizo": es verdad, pero como esta vez, pocas.

Dicho cuanto precede, que casi con toda seguridad será rechazado por los hooligans de cada formación política, quizá pueda añadirse algo más sobre lo que reflexionar. Es el hecho mismo de la radicalización de la propia campaña, en la que -a falta de razones- se han empleado algunos de los epítetos más duros que se han oído en este tipo de circunstancia. Lo que no es sino, por cierto, el planteamiento general: los sondeos confirman que todo el proceso electoral que ahora termina ha consolidado un maniqueísmo extremo en la sociedad al dividirla entre "buenos y malos". Por eso tiene lógica -penosa- que pasara lo que pasó.

De ahí que, desde el absoluto respeto y a partir de la idea de que votar es del todo conveniente y de que la libertad debe presidir la decisión final, no estaría de más que se busque lo que menos daño haga al país y lo que cada cual buenamente crea que más beneficie a sus habitantes. Idea que, resumida, consiste en que ante la duda conviene repasar los programas -los grandes olvidados en el fragor de los debates televisivos y escondidos en los mítines- siquiera a vuelapluma y, entre ellos, optar por lo mejor. Y si no se hallare, por lo menos malo. Es un riesgo, pero menor que jugársela a la ruleta rusa, dicho sin pensar en Putin, por supuesto.

¿Eh...?