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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Recetas a la portuguesa

Hay quien dice que Portugal, que hoy cumple 45 años de democracia nacida entre flores, es un país que se inventaron los españoles para poder viajar con facilidad al extranjero. Se trata de una broma, naturalmente. En realidad, es España la que debiera mirarse más a menudo en el espejo político de nuestros amables vecinos, con la seguridad de que sacaría alguna enseñanza de provecho.

Aquí andamos en vísperas de unas elecciones que vuelven a dividir el país en dos bloques de izquierda y derecha, aunque ya no existan ni la CEDA ni el Frente Popular. Algo parecido, pero muy distinto, sucede en Portugal, donde gobierna desde hace años el Partido Socialista con el apoyo parlamentario de los comunistas y de la izquierda radical del Bloco de Esquerda.

Contra todo pronóstico, ese pacto que en principio fue adjetivado de "gerigonça" o chapuza alumbró un gobierno que ha mejorado la vida de la ciudadanía a la vez que cumplía con las exigencias de la troika. En cierto modo, el Ejecutivo de Antonio Costa ha logrado la cuadratura del círculo al subir pensiones y salario mínimo sin que la economía se resintiese de tales medidas, sino todo lo contrario. Las finanzas van viento en popa y el déficit público está contenido.

Otra cosa es que la situación pueda extrapolarse a España, país distinto y distante del lusitano en hábitos políticos. Los portugueses se organizan, para empezar, en forma de República a la francesa, en la que el jefe del Estado se elige por votación popular y separada de la del Congreso.

Con precavida sensatez, los electores han dado equilibrio al sistema sin más que votar a la izquierda para el gobierno y a un presidente de derechas para encabezar la República. Tanto el socialista Costa como el conservador Rebelo de Sousa disfrutan de gran popularidad, con la paradoja añadida de que el presidente republicano tenga curiosos vínculos monárquicos. Son rarezas que solo pueden darse en un país de talante sosegado que aprecia la ancha banda de grises existente entre el blanco y el negro.

No podía ser de otro modo en un lugar donde el Ejército devolvió la democracia al pueblo mediante un incruento golpe de Estado, contra la tendencia habitual en tales situaciones. Lo explicó el capitán Salgueiro Maia en su arenga previa a la tropa que horas después -en un 25 de abril de hace 45 años- tomaría Lisboa de madrugada para poner fin a la dictadura. "Hay Estados comunistas, socialistas y liberales. Y luego está el estado al que hemos llegado. El que quiera venir conmigo para poner fin al estado al que llegamos, que dé un paso al frente". El resto es ya Historia.

España es algo diferente, sobra decirlo; por más que Pedro Sánchez propusiera aquí, cuando eso era posible, un pacto "a la portuguesa". En algún momento nos parecimos a los portugueses al finiquitar la dictadura con un pacífico acuerdo entre franquistas y demócratas que dio origen a la Transición; pero ahí se acaban las analogías. Ahora vuelven las nostalgias de la guerra civil, la bronca, los insultos y la negación del adversario, convertido en enemigo.

Nada que ver con ese Portugal que vota sabiamente a izquierda y derecha para que ninguna de ellas sufra tentaciones bonapartistas. Igual un 25 de abril es fecha adecuada para fijarse en las tranquilas recetas portuguesas de gobierno. El único problema reside en que esto es España, el país de la marcha.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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