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desde mi atalaya

Manuel Torres

La llamada del mar

Los pueblos del litoral viven permanentemente alertados frente al marítimo horizonte que ante ellos se abre con misterio de lejanía. El mar, en el dulce sosiego de sus encalmadas aguas o en la desatada furia de la violenta tempestad, se nos presenta siempre como algo insinuantemente atractivo o fuertemente tentador, ofreciendo la singular perspectiva de un fascinante escenario de inciertas aventuras. Más que barrera de separación y aislamiento de los pueblos, el mar ha sido por el contrario, desde los tiempos más remotos, el medio universal de comunicación humana, brindando las rutas por las que atrevidos navegantes y temerarios exploradores, han hecho posible el descubrimiento de nuevas tierras, el encuentro de las razas y el contacto de las civilizaciones. Por otra parte, la riqueza de especies que guarda en sus entrañas, representa un inagotable tesoro de recursos para el sustento de la humanidad, pues en todo tiempo ha sido factor fundamental de la economía de la especie humana.

Pero sobre su significación histórica de ecuménico camino que a todas partes conduce, sin limitación de senderos, y su valoración como ente básico en recursos para alimento del hombre, el mar es también el ámbito turístico actualmente preferido para vivir plenamente un integral veraneo. Pues el placer de surcar sus mansas aguas en los luminosos días de la plácida canícula, entorno a la sorprendente originalidad de sus paisajes costeros, la ilusión realizada de un largo crucero por la costa, o la simple permanencia a la orilla de la playa gozando de acuáticas emociones, es siempre, y en cada caso, una experiencia digna de ser vivida alguna vez.

Si no se puede amar lo que no se conoce, tampoco es posible apreciar las emociones que surgen al establecer contacto con el medio marino, si no acertamos a respirar su aire balsámico de aromas marinos, si no queremos contemplar su luz velada por las brumas y si no acertamos a comprender su especial grandiosidad que nos brinda el marco de nuestra apetecida libertad, no podremos gozar satisfactoriamente de toda su grandiosidad.

Por eso los marinenses sentimos la llamada del mar, que primero nos permitió navegar por los mares, conocer nuevas tierra, participando en expediciones, descubrimientos y en las gestas marinas a través del ancho mar, después siendo emigrantes y siempre aprovechando la enorme diversidad de alimentos, como grandes pescadores en todos los mares del mundo, practicando toda clase de artes, siendo el mar la base de nuestra alimentación y medio que nos permitió el desarrollo y progreso a lo largo de los tiempos, y por último gozar a orillas de la ría de la paz, tranquilidad y sosiego que su simple contemplación transmite, disfrutando plácidamente de nuestras playas, de nuestros paisajes y de nuestra ría, que, sin duda, como destino turístico, nos permitirá seguir desarrollándonos y creciendo. Por eso Marín, como villa marinera sintió y siente la llamada del mar.

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