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Camilo José Cela Conde.

De pie

Los nuevos sillines para viajar en avión sin sentarse

Si la ley de Murphy establecía que todo lo que puede salir mal, sale mal, parece que ha llegado la hora de proclamar el siglo Murphy como etiqueta mejor de este siglo XXI en el que las cosas van cada vez peor en casi todos los ámbitos en los que creíamos que el siglo anterior, el XX, había alcanzado el límite de las infamias. En una semana que termina en las elecciones generales a las que cabe tener más miedo entre todas las que ha celebrado la España constitucional -de las que puede que salgamos con la amenaza de quedarnos sin Constitución y quién sabe si sin España-, lo mejor es no preocuparse más de las encuestas, de los cálculos y de la convicción de que no hay forma de saber a quien votar. Lo suyo es aliviar la mente con problemas de menor enjundia como, por ejemplo, que la amenaza que lanzó el dueño de Ryanair de llevar a los pasajeros de pie haya superado el estadio de las especulaciones para convertirse en proyecto técnico.

La empresa Aviointeriors ha presentado en la feria aeronáutica de Hamburgo un modelo de asiento (¿) para los aviones que, de acuerdo con los cálculos de sus diseñadores, va a suponer una alegría financiera para las compañías aéreas. Se trata de una especie de sillín minúsculo, más pequeño que el de las bicicletas, en el que el pasajero puede apoyar las posaderas y, doblando algo las rodillas, encajarse en el espacio minúsculo que le permitirá ir de pie durante todo el trayecto. Si las compañías que utilizan los aviones más comunes, ya sean de Airbus o de Boeing, adaptasen el invento -Skyrider de nombre-, podrían meter en el aparato cerca de un 20% más de pasajeros. Lo que significa, claro es, un negocio nada desdeñable.

Otra cosa es la atención médica que deba recibir la víctima luego de un vuelo de más de una hora. En la fotografía que ilustra el folleto sobre el Skyrider presentado por Aviointeriors, un señor con pinta asiática, aprisionado entre su asiento y el de delante y con las piernas medio flexionadas, esboza una sonrisa como de compromiso. Se diría que le ha sobrevenido un accidente gastrointestinal, algo así como una evacuación a destiempo forzada ya sea por la postura, por la dificultad de encajarse en el lugar asignado o por la perspectiva de tener que permanecer metido en la trampa aunque el vuelo se alargue.

Con la experiencia que da el siglo infausto, cabe pensar que la norma en vigor que otorga a cada pasajero 71 centímetros de emparedamiento cambiará para encoger el sitio disponible hasta los 58 del Skyrider. Ni que decir tiene que hay personas, muchas personas, que abultan más pero quizá, metiendo barriga y dejando la respiración en suspenso, sean capaces de acoplarse al hueco asignado. Que puedan salir de él es más dudoso aunque imagino que los diseñadores del no-asiento saben lo que se hacen. Confiarán, digo yo, en que con los apuros y los nervios el pasajero adelgace. Un argumento más en favor del progreso ilimitado.

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