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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Enrique III de Trastámara "el Doliente"

Corría el 4 de octubre de 1379 cuando el recientemente coronado Juan I de Castilla y su esposa Leonor de Aragón anunciaban en Burgos el nacimiento de su primogénito, que sería bautizado con el nombre de Enrique. Sus abuelos paternos eran Enrique II de Castilla y Juana Manuel de Villena y sus abuelos maternos eran Pedro "el Ceremonioso" de Aragón, y su esposa la reina Leonor de Sicilia. Juan I y Leonor le darían un segundo hermano menor, Fernando, nacido el año 1380 en Medina del Campo.

Enrique quedó huérfano de madre a los tres años, y su crianza fue encomendada a Inés Lasso de la Vega, esposa de Juan Niño. En su infancia fue educado por el obispo de Tui, Diego de Anaya Maldonado que posteriormente sería arzobispo de Sevilla, y por Álvaro de Isorna, que llegaría a ser arzobispo de Santiago. Fue su tutor Juan Hurtado de Mendoza; y su confesor el dominico Alonso de Cusanza, que después llegaría a ser obispo de Salamanca y de León. Al poco de su nacimiento sería prometido a la que era heredera del trono portugués, Beatriz de Portugal, en compromiso con un tratado de paz entre Portugal y España, que buscaba el final de las guerras fernandinas. No obstante, al quedarse viudo su padre, fue éste quien en 1382 se casó con Beatriz. Más tarde, en 1388, en virtud del tratado de Bayona, Enrique, que tan solo tenía 9 años de edad, se desposó en la Catedral de Palencia con su prima Catalina de Lancáster, de 15 años de edad, que era hija de Juan de Gante, duque de Lancaster, y de Constanza de Castilla, la segunda hija de Pedro I "el Cruel" -que había muerto asesinado a manos de su hermanastro Enrique II de Castilla. Mediante este matrimonio y algunas otras prebendas, Constanza y su esposo -que habían continuado con sus aspiraciones, hasta el punto de haber establecido su Corte en Ourense- renunciaron a sus derechos al trono de Castilla, lo que permitió solucionar el conflicto dinástico creado tras la muerte de Pedro "el Cruel", afianzar la Casa de Trastámara, y establecer la paz entre Inglaterra y Castilla. Al mismo tiempo, de acuerdo con las Cortes de Briviesca, recibió, en calidad de heredero, el título de Príncipe de Asturias, siendo el primero al que se le asignaba. En 1390, al morir su padre el rey Juan, a consecuencia de una caída de caballo, Enrique fue proclamado rey aunque, dada su minoría de edad, fue preciso crear un Consejo de Regencia, auspiciado por el arzobispo de Toledo, Juan Tenorio. Sin embargo, su constitución engendró grandes rivalidades, debido a ambiciones personales, y motivó cambios de consejeros. Como consecuencia, la lucha de poderes y el vacío de autoridad desencadenaron un período tumultuoso y catastrófico, con banderías hostiles, en el que se instaló la violencia en las calles, al tiempo que se inició una persecución de los judíos, el asalto a la judería de Sevilla y la matanza de muchos de sus miembros, en esa ciudad y otros lugares del reino.

Tan grave situación del reino motivó que Enrique, el 2 de agosto de 1393, fuese declarado mayor de edad con catorce años, y asumiese el poder con el nombre de Enrique III "el Doliente" de Castilla y de León y, por lo tanto, de Galicia -precisamente Trastámara viene de un antiguo condado de noroeste gallego y significa "más allá del río Tambre-. También queremos recordar que tanto Enrique como su esposa Catalina, eran bisnietos de don Alfonso XI y serían luego los padres de Juan I y, en consecuencia, abuelos de Enrique IV "el Impotente" y de Isabel la Católica. El estado de salud como referencia fundamental o motivo de apodo aparece repetido entre los integrantes de la corona castellano leonesa -para saber más léase sobre esto y otros datos, aquí recogidos, a Emilio Mitre Fernández ( Lo real, lo mítico y lo edificante en la precaria salud de un monarca medieval: Enrique III de Castilla como paradigma, 1390-1406. Medievalia Hispánica. Hispania Sacra. 2004; 56: 7-28). Son muchos los ejemplos, entre ellos, el del muy obeso Sancho I "el Craso", que fue primer rey de Galicia (año 956) y después de León, o de Bermudo II " el Gotoso" de León, afectado de artritis por exceso de ácido úrico, entonces denominada podagra. La expresión "el Doliente", adjudicada a Enrique, aparece acuñada por primera vez, a mediados del siglo XV, en la Crónica incompleta, dedicada a Fernando I "de Antequera" de Aragón, y será repetida hasta constituir un verdadero tópico.

Gutierre Díez de Games ( El Victorial.Madrid: Ed. Carriazo; 1940) ya nos hablaba de la mala salud de Enrique en los primeros meses de vida a causa de defectos de lactancia, con estas palabras: "e siempre ovo la color demudada por aquella razón, aunque hera fuerte caballero". No obstante, es más tarde, según Fernán Pérez de Guzmán ( Generaciones y semblanzas. Londrés: Ed. de R.B. Tate; 1965), cuando los primeros males atormentaron a Enrique, alrededor de 1396, coincidiendo con un viaje a Sevilla: "Quando llegó a los diez e siete o des e ocho años, ovo muchas e grandes enfermedades que le enflaquecieron el cuerpo e le dañaron la complisión e por consiguiente se le afeó e daño el semblante, non quedando en el primer parecer, aun le fueron causa de grandes alteraciones en la condición. Ca, con el trabajo e afliçión de la luenga enfermedad fizose muy triste e enojoso". En textos más recientes se mantiene que en 1395, cuando pasaba por Toledo en el transcurso de ese viaje a Sevilla, el rey sufre una grave crisis, que llegó a extender "el temor de su muerte en los círculos cortesanos"; dolencia de la que posiblemente ya nunca se recuperaría totalmente, "para entrar en los últimos diez años de reinado caracterizados en un creciente deterioro físico". En cualquier caso, existen contradicciones entre Pérez de Guzmán y el cronista Pedro López de Ayala ( Crónica de Enrique III -lamentablemente incompleta porque el cronista falleció antes que el rey-), de ahí que resulte muy difícil verificar los datos, dando pie a todo tipo especulaciones. El estudio del antes citado Emilio Mitre, recoge las conclusiones de Francisco de Asís Veas Arteseros, en unión de Fuensanta Costa Guirao ( Itinerario de Enrique III. Murcia: Ed. Univ. de Murcia; 2003), sobre los males del monarca, en los siguientes términos: "una enfermedad de evolución lenta, tal vez del sistema neurológico, caracterizada por la creciente afectación de sus órganos y la aparición cada vez más frecuente de cuadros clínicos de diversa entidad y vinculados a ella -ataques epilépticos, dolores de cabeza, alteraciones estomacales, mareos y otros parámetros que, efectivamente podrían dejar temporalmente incapacitado al rey, quien, según el cornista, era plenamente consciente de su situación, de lo que se infiere que el mal no afectaba entonces a sus facultades mentales". Asimismo se afirma que su quebrantada salud le condicionó un carácter desconfiado, huraño y enojoso, que parece fue sufrido por su hermano, el infante Fernando, con extraordinaria paciencia. Al no existir testimonios que lo avalen, no parece verosímil achacar los males del rey a las epidemias periódicas que, en el siglo XVI asolaron Europa y, de manera especial, a Castilla.

Marcelino Amasuno ( Alfonso Chirino, un médico de monarcas castellanos. Junta de Castilla y León. 1993) aportó muchos datos sobre los diferentes médicos que asistieron al rey. Entre otros, están Alfonso Chirino, Juan de Toldedo, Andrea, Pietro da Tossignano, Mosseh Aben-Zarzal y May Alguadex. Todos ellos relacionan el fracaso de los diferentes remedios que le suministraron, pero no determinan el tipo de dolencias sufridas por el monarca.

Enrique III falleció en Toledo el 25 de diciembre de 1406. Sin olvidar las limitaciones bibliográficas y las múltiples enfermedades de la sociedad medieval, parece sostenible la ya antigua opinión del doctor A. Ruiz Moreno en Enfermedades y muertes de los reyes de Asturias, León y Castilla (Cuadernos de Historia de España.1946; 6: 124). Textualmente decía: "su muerte en plena juventud, a los 27 años de edad, el comienzo de sus enfermedades a los diecisiete años: su delgadez y debilidad, su mal color y su carácter melancólico e irritable nos autorizan a pensar que Enrique III fue tuberculoso y murió a causa de dicha enfermedad". Otros textos y opiniones la avalan, la tuberculosis estaba ya muy extendida en el Medievo, incluso se hablaba de "peste blanca", y era frecuente su uso metafórico en los textos literarios. Así se escribía: los tuberculosos mueren "sin miedo, beatíficos, especialmente jóvenes" o "una enfermedad de los pulmones es una enfermedad del alma". Pero hoy el espacio no da para más (lean: a Susan Sontag en Las enfermedades y sus metáforas. Barcelona; 1980 y el texto de Mitre ya citado).

Sin embargo, en contraste con los males que persiguieron a Enrique III una buena parte de su vida, el teólogo, jesuita e historiador Juan de Mariana ( Historiae de rebus Hispaniae libri XX. Toleti, typis P. Roderici, 1592) describía al tercer Trastámara con rostro agraciado, bien hablado, elocuente, extremadamente prudente y de los que le gustaba escuchar, lo que le permitía estar bien informado y conseguir un mejor gobierno. A pesar de su mala salud, tuvo ánimo sereno y supo restablecer el orden y la estabilidad internos y las relaciones exteriores. Imposible relatar aquí las múltiples medidas políticas internas y externas, de un alcance insospechado y que supusieron un gran avance. Es verdad que su monarquía se caracterizó por un fuerte centralismo, haciendo de su Consejo un verdadero órgano de gobierno; pero también lo es que, cuando se produjo en las Cortes de Valladolid de 1405 la confirmación de su heredero, permitió a las Cortes que recuperaran el protagonismo perdido.

De sumo interés y curiosidad en su política exterior son las dos embajadas a Samarcanda (hoy Uzbekistan), que mostraron la preocupación de Enrique III por el avance de los turcos. La primera estuvo formada por Payo Gómez de Sotomayor y Hernán Sánchez de Palazuelos. Asistieron a la batalla de Angora y regresaron con suntuosos regalos. La segunda, compuesta por Ruy González de Clavijo, fray Alonso Páez de Santa María (OP) y Gómez de Salazar, asistió a los últimos momentos de la vida de Khan Timur, conocido como el Tamerlán, y que nos es conocida a través de una sugestiva relación escrita por Ruy González de Clavijo. Fascinado por esta obra, allí viajé hace unos años y sobre ello les escribí en uno de estos artículos ( Viaje de un clérigo desde Asadur hasta Samarcanda. Faro de Vigo, 31.12.2011).

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