En los mítines de partido se suele partir de la premisa de que los simpatizantes vienen convencidos de casa y que acuden a la liturgia electoral no para decidir en el último minuto el sentido de su voto, sino para sentirse parte de un proyecto con líderes y valores de común denominador. Lo mismo podría extrapolarse a los dirigentes. El hecho de que el PP tuviera que reivindicar con ahínco la figura de Mariano Rajoy -su perfil, su talante, su balance; en una suerte de oda de inspiración nostálgica- sobreentiende la idea de que, en el nuevo PP de Casado, no era precisamente Rajoy un exponente habitual.

Casado accedió al poder de la calle Génova sintiéndose legatario de dos líderes tan unidos por unas siglas como antagónicos en su forma de gestionar el poder. Uno, Aznar -más frío y ácido que el gallego- recuperó presencia. El otro, Rajoy, la menguó casi por completo.

Hasta ayer. Como ya había adelantado Ana Pastor en su entrevista con FARO -"hay que hablar mucho de Rajoy en esta campaña"- el expresidente fue protagonista. Hizo que se concentraran en él todo tipo de lisonjas que dejaban a la luz lo poco frecuentes que suelen ser en Madrid. Quizá porque Rajoy, el moderado, impacta frontalmente con el discurso directo, desacomplejado, profundamente ideologizado y a veces errático de Pablo Casado, cuyo primera prueba de fuego llega en las elecciones generales. Rajoy, esas ya las ganó.