Probablemente, mi visión de la política es un tanto aburrida. No creo que necesitemos revoluciones ni cambios radicales. No creo que la Sociedad española esté hoy más polarizada que hace diez años. No creo que la política de bloques sea lo mejor que le pueda pasar a España en estos momentos. Lo que pienso es que necesitamos ajuste fino y reformas quirúrgicas por doquier; que precisamos amplios acuerdos políticos y sociales para que la mayoría de esas reformas prospere; y que debemos partir del conocimiento técnico para definir soluciones y estrategias: el discurso tabernario y la lógica de twitter no nos van a ayudar a generar más bienestar.

Supongo que la radicalización de la campaña tiene que ver con esa doble lógica de competencia: entre bloques (izquierda-derecha) e intra-bloque (entre partidos situados a uno u otro lado del centro). Se agitan asuntos sobre los que parecía que la Sociedad española había consensuado; se prometen cosas que son manifiestamente incompatibles con la necesaria reducción del déficit público; se presentan narraciones que se parecen más a los cuentos (de terror o de fantasía) con los que acostamos o asustamos a nuestros hijos que con lo que deberían ser programas electorales y propuestas de gobierno.

Personalmente, me siento abrumado y no sé qué decir, más allá de que tenemos un problema muy serio con el déficit público que parece no preocupar a nadie a la hora de prometer más y más gasto; que todo lo que tiene que ver con las relaciones laborales debe nacer de la negociación y el pacto entre sindicatos y organizaciones empresariales; y que eso de que bajando impuestos aumentamos la recaudación es un mantra con tanto fundamento teórico y empírico como el tarot.

Pero lo dicho, soy un aburrido que piensa que la actividad política debería parecerse más al pactismo de la serie de televisión danesa Borgen que a la truculencia de Juego de Tronos.

*Director de GEN (Universidad de Vigo)