En el pórtico mismo de la campaña electoral que desde hoy viven estos reinos, Galicia incluida, aunque no por un protagonismo especial, y en medio de lo que las opiniones pública y publicada definen como una crisis de modelo, parece momento para reflexionar. Sin esperar a la jornada que se dedica a eso, sobre todo si se admite que esa crisis va acompañada de una creciente desconfianza ciudadana hacia las instituciones, lo que intensifica la urgencia de reclamar al conjunto social que revitalice el sistema: lo que hay quien llama catarsis, rearme moral o -para evitar malas interpretaciones- un refuerzo de la convivencia.

Como habrá de ser, en concreto, lo determinarán los doctores que la iglesia democrática tiene a su disposición para estas elecciones, aunque no parecen haber estado demasiado atentos -o no han sido llamados a capítulo- al evidente deterioro de la precampaña. Un deterioro que tiene causas concretas que han de atajarse con serenidad pero sin timidez y desde luego sin titubeos. Entre otros motivos porque cuando se pierde la confianza en personas y/o colectivos es difícil recobrarla y se precisarán esfuerzos severos para volver a la normalidad.

Un ejemplo de esa dificultad y del esfuerzo preciso para superarla con éxito es el que está llevando a cabo el mundo judicial en su máximo exponente, que es el Tribunal Supremo. Que cada día demuestra como se afrontan y vencen los riesgos de manipulación y/o uso espurio de un proceso -el que se sigue contra separatistas catalanes no porque lo sean, sino como presuntos autores de graves delitos- en una tarea que "cura", o al menos compensa, recientes errores que como el caso de las hipotecas tanto daño hicieron a la imagen de la Justicia.

Ese refuerzo, que ha de ser un concepto manejado en su sentido social, lo necesitan también los partidos políticos. Que llevan meses cavando una gran brecha entre los votantes a base de, como ya se dijo, ejercer el maniqueísmo de proclamarse unos "los buenos" y descalificando a los otros como "malos". Y han provocado como un ambiente guerracivilista -sin más violencia que la verbal hasta el momento, por fortuna y salvo algunos casos del todo inaceptables- que hay que revertir. Rechazando hasta el léxico que la mayor parte de quienes lo usan ignoran qué significa de verdad, como "rojos" o "fascistas", que evocan épocas pasadas.

Es posible que sea tarde para corregir todo eso, pero seguramente no para frenarlo. En las dos semanas que separan a esta sociedad de las urnas en una cita en la que España se juega los próximos cuatro años, la gente del común, en gran mayoría, tiene derecho a que se le explique con detalle a dónde la quiere llevar cada cual y con qué compañía y, por ejemplo, cuáles son las medidas que se plantean para mejorar las vidas y las haciendas de todos. Y sin mentir ni disfrazar la verdad: por eso se reclama un refuerzo democrático; sin escribir una epístola moral, ese esfuerzo, o catarsis, ha de manejarlo la política, ahora y después del día 28. Al menos para merecer de verdad la mayúscula.

¿O no??