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Fui a la farmacia a por una caja de ibuprofeno y me dijeron que necesitaba receta.

-¿Desde cuándo? -pregunté.

-Desde hace un par de días.

Nunca pensé que las autoridades sanitarias llegaran tan lejos ni que los fabricantes de medicamentos se lo permitieran. A lo mejor los laboratorios no mandan tanto como creíamos.

-¿No tienes ningún amigo médico? -preguntó la farmacéutica frente a mi expresión de pánico. Traté de hacer memoria y dije que sí para no decepcionarla. Si no tienes un amigo médico, no eres nadie. Si no tienes un amigo abogado, no eres nadie. Si no tienes un amigo arquitecto, no eres nadie. El mundo está lleno de nadies y yo soy uno de ellos.

La farmacéutica me ofreció finalmente una caja de ibuprofeno con la condición de que le llevara cuanto antes la receta. Deduje que todavía no se han puesto tan estrictos como con los ansiolíticos. Quizá se han dado un tiempo para concienciar al personal. Me fui con la caja, pero no me atreví a usarla por miedo a que se me acabara. Después de todo, no me dolía la cabeza, no me dolía nada. Pero temo ese silencio del cuerpo: se parece al que precede a los tsunamis.

En efecto, al día siguiente amanecí con el aura que precede a la migraña. Las migrañas se deben atacar en esta fase, cuando se anuncian sin haber llegado. Busqué la caja de ibuprofeno, me senté a la mesa de trabajo y estuve mirándola intensamente una media hora, dudando si comenzarla o no. Durante ese tiempo desapareció el aura, que en mi caso se manifiesta con problemas de doble visión, y milagrosamente la migraña no se presentó detrás de ella. A veces basta con contemplar intensamente la cabeza de un cordero asado para que se te quite el hambre. Pero ignoraba que ocurriera algo semejante con las pastillas. Así que todavía no he desvirgado el blíster, por lo que estoy contento. Me proporciona seguridad tener el fármaco en la mesilla de noche. Ahora he de pensar en el modo de acumular unas cuantas cajas para los tiempos de escasez, sobre todo si no logro hacer amistad con algún médico (o médica: el genérico, que no llega).

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