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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Líderes poco prometedores

Prometen muy poco los aspirantes a gobernar el país; y no porque carezcan de talento, sino porque son -literalmente- gente poco prometedora. A estas alturas ya debieran haber ofertado a sus clientes el abandono de la Unión Europea, una nueva moneda, casas para todos y dos bolígrafos de regalo; pero qué va.

Lo máximo que han llegado a prometer hasta ahora son minúsculas rebajas de impuestos o la vacunación obligatoria de los chavales en los colegios. Con eso no se excita la libido del elector, que últimamente manifiesta en España -y Europa en general- una cierta propensión a las emociones fuertes. Fíjense por ejemplo en los británicos, que votaron a favor de largarse de la UE y ahora no paran de pedir prórrogas y penaltis.

Ni siquiera Podemos, que hace tres años pedía la salida de España de la OTAN y un sueldo sin trabajo para todos, destaca esta vez por sus demandas rompedoras. El impulso inicial parece haberse apagado hasta el punto de que ya solo se quejan por lo mal que les tratan los grandes medios de comunicación (y no digamos ya las teles, en las que apenas se nos aparecen sus líderes).

Su lugar en la estantería de productos antisistema lo ha ocupado otro partido emergente que, según todas las encuestas, asomará la cabeza en el Congreso tras las elecciones de abril. Vox se parece a los de Iglesias en su copioso y hábil manejo de las redes sociales; pero tampoco es que prometa grandes novedades.

Bien al contrario, lo suyo es dar marcha atrás al reloj para volver a los viejos tiempos raciales del carajillo de Magno, de los toros y de las señoras con la pata quebrada y en casa.

Proponen, cierto es, medidas radicales como la supresión de las autonomías y el regreso al anterior Estado unitario, grande y libre en territorios de caza; pero eso es tanto como lanzar un brindis al sol. La realidad, que se escribe en prosa, ha querido que su primer éxito electoral se diese precisamente en una comunidad autónoma, donde contribuyen a la gobernación parcelaria de España.

Se comprenden mejor, por otra parte, las dificultades del PSOE de Pedro Sánchez para hacer grandes promesas del estilo de las que llevaron a Felipe González a La Moncloa. Aquellos eran tiempos inaugurales en los que uno podía ofertar 800.000 puestos de trabajo y la ruptura de las alianzas militares con el Imperio. Nada que ver con las dificultades que hoy presenta la idea de vender socialdemocracia a un país que ya tiene hábitos socialdemócratas.

Tampoco el PP, aunque el aznarista Casado se empeñe en ir a rebufo de Vox, puede hacer promesas grandilocuentes de cambio que inevitablemente chocarían con los deseos de tranquilidad de su clientela conservadora.

Quizá ocurra, sin más, que España es un país relativamente próspero, liberal en materia de costumbres y socialdemócrata como mandan los cánones europeos, en los que no encajan las ofertas de los vendedores de lociones contra la calvicie. De ahí que los candidatos, aunque griten mucho y se reputen de corruptos y forajidos entre sí, se retraigan a la hora de hacer promesas espectaculares para atraer el voto.

Al cabo de cuarenta años de democracia -primero light y ahora normal-, aquí ya se ha prometido casi todo, excepto la rebaja en el precio del vino y el aprobado general para los estudiantes. Pasó ya, seguramente para bien, la época de los líderes prometedores.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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