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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Mejor que no seamos noticia

Salvo por el asunto de Cataluña, tan intrincado como el Brexit, España no suele ocupar espacio en los noticieros del resto del mundo, lo que para algunos o tal vez muchos constituye una pequeña frustración. No hay porqué. En realidad, es una buena noticia no ser noticia, según el viejo aforismo "No news is Good news" que James Howell atribuía a los italianos.

Los países más felices son aquellos de los que menos se habla, aunque a cambio carguen con la fama de ser también los más aburridos. Finlandia no es exactamente un polo de atracción turística, por más que ocupe el primer puesto en el ranking mundial de la felicidad; y lo mismo ocurre con Dinamarca, Islandia, Holanda, Noruega o Suiza, dichosas naciones que copan desde hace años el top ten de la bonanza.

Coinciden todas ellas en la circunstancia, nada casual, de que casi nadie conoce a sus gobernantes. Pocos podrían adivinar el nombre del presidente rotatorio de Suiza, país sobre el que Graham Greene bromeaba en El Tercer Hombre: "Quinientos años de amor, democracia y paz? ¿y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!". Algo más habrán inventado los suizos, desde luego; pero en todo caso se les ve satisfechos con su país de postal y verdes prados bajo los que corren los billetes de la banca.

Otro tanto ocurriría si un encuestador preguntase por el nombre de los jefes del gobierno noruego o finlandés, países felices y anodinos que casi nunca dan que hablar. A lo sumo se citan de vez en cuando sus logros en educación, igualdad, bienestar y todas esas cosas tan aburridas para la audiencia.

Por el contrario, todos los días -o casi- son noticia los gobernantes de Venezuela, de Corea del Norte, de Rusia y, por supuesto, el increíble hombre naranja que corta el bacalao en Estados Unidos.

Quizá todo esto explique la sed de aventuras que les ha entrado a no pequeñas masas de votantes en la aburrida Europa. En vez de irse de vacaciones al Amazonas de Bolsonaro o a la selva urbana de Maduro, lo que quieren es traerse a casa las emociones que se viven en esos y otros países habitualmente abonados a los telediarios. Los italianos, los griegos y hasta los otrora flemáticos británicos, por ejemplo, decidieron apoyar son su voto los azares del populismo, y ahora se encuentran con una buena papeleta entre las manos.

Hasta el Papa Francisco -Perón, Perón, ¡qué grande sós!- manifiesta notables inclinaciones a la aventura, aunque diga que no viajará a España mientras aquí no haya paz. El bueno de Bergoglio cree, al parecer, que los españoles siguen matándose entre sí desde hace ochenta y tantos años. Mejor será no desengañarlo.

Fuera de estas ocurrencias del pontífice, que tampoco tienen mayor repercusión en tiempos de Brexit y guerras comerciales, España no suele ofrecer grandes titulares a los mass media del planeta. No es que se hayan convertido en suizos o noruegos por arte de birlibirloque; pero todo indica que, al cabo de cuarenta años de práctica, los españoles viven ya en una de esas aburridísimas democracias donde no pasa casi nada: y si pasa, se le saluda.

Solo es de esperar que las elecciones de final de mes no sean noticia más allá de las fronteras del país, aunque a estas alturas ya ni eso es seguro. Con lo bien que nos iba hasta ahora el "No news is Good news", sería una lástima estropear el anonimato.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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