Faro de Vigo

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Érase un artefacto llamado "máquina de escribir", hoy desaparecido. Cuando yo era pequeño creía que bastaba ponerse a ella para fabricar cuentos o poemas. En el despacho de mi padre había una Remington que tecleaba a lo loco con la fantasía de que la máquina se encargara de añadir la cordura. De ahí que me decepcionara tanto cuando sacaba la cuartilla y veía aquel conjunto disparatado de vocales y consonantes que no iban a ningún sitio. ¿Por qué llamábamos máquina de escribir a un aparato que no sabía hacerlo? Más tarde me sorprendió que en el dichoso artefacto se pudiera confeccionar una factura o una novela, indistintamente. Deberían estar especializadas en esto o en lo otro, pensaba. No tuve, en fin, muy buena relación con estos semovientes que eran pura mecánica, sin alma alguna. Escribía mis novelas a mano y luego se las entregaba a un vecino que era mecanógrafo. Desde la perspectiva actual resulta increíble que hubiera mecanógrafos y mecanógrafas, profesión también extinguida. Lo único que le pedía al mecanógrafo era que me la transcribiera con una Remington como la de mi padre que yo mismo alquilaba para tal menester. Soy un romántico.

Significa que pasé del bolígrafo al ordenador en una especie salto mortal que aún me sorprende. Como el que llega a la heterodoxia sin haber pasado por la ortodoxia. Del ordenador me gustaba la posibilidad de que ordenara: otra fantasía semejante a la que mantuve con la máquina de escribir. Pero el ordenador no conocía la sintaxis. Como ya era un adulto, acepté esta limitación y me aficioné enseguida a los portátiles. El portátil es uno de los grandes inventos de la historia porque tiene tapadera. Todas las cosas importantes de la vida tienen tapadera. Ahí están la olla exprés y el ataúd, por no hablar de los negocios tapadera. En mi barrio había una tienda de telas que no vendía nada. Mi padre decía que era una tapadera. El problema es que lo decía con cierta admiración. ¡Qué infancia, Dios!

Todo esto era para decir que ayer encontré en una tienda de antigüedades una Remington que compré de inmediato y con la que he comenzado a escribir un cuento muy ruidoso. Por primera vez, mágicamente, lo escribe la máquina, no yo.

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