Uno de los elementos que, al menos en apariencia, están contribuyendo al deterioro de la convivencia política en estos Reinos es -al menos en opinión de quien escribe- la falta de respeto hacia las personas. Especialmente las que, procedentes del campo amateur, laboral y/o profesional, con una trayectoria intachable, cometen errores. Es el caso, ahora, de la señora Valedora do Pobo, criticada y conminada a dimitir por muchos de los que, además, nunca la consideraron de los "suyos", que es otro de los males que se dan en el oficio de la res publica.

El introito no pretende poner en cuestión las decisiones judiciales -en este caso del TSXG y el Tribunal Supremo- ni discutir la obligación de acatarlas. Solo, y sin intención de convertir lo que se dice en un alegato a favor de doña Milagros, sí que reclama el respeto para su persona y su trayectoria. Primero, porque en su condición de jurista y estos años al frente de la Institución, su balance en más que brillante, y por tanto la crítica, incluyendo la petición de dimisión, debe situarse en el contexto de un hecho concreto y puntual inaceptable, pero no descalificante.

Es inaceptable, siempre desde el punto de vista de quien escribe, porque en un puesto como el que ostenta la Valedora, hay errores que no se pueden cometer siquiera por su proyección institucional y pública, y que cuando se cometen, han de pagarse con el cargo. A partir de ahí, existe división de opiniones entre quienes reclaman la dimisión inmediata y los que aceptan la formula de la propia doña Milagros, que pone a disposición del Parlamento, que fue el que la eligió, hasta que se encuentre y designe sustituto por el mismo procedimiento. Punto.

A patir de ahí proceden quizá los matices, aunque puedan parecer en algún momento contradictorios. Se insiste en el concepto de "error" para lo que se declara judicialmente como un hecho, porque en la vida política, en la que la señora Otero no es profesional, abundan situaciones que en la otra, la "civil", son habituales -y, desde luego, no conllevan delito alguno-, pero que generan consecuencias que las hacen aparentar "horribilis". En realidad forman parte de una costumbre tolerada en muchos ámbitos e incluso aceptada en el político, con una salvedad algo cínica, aparte de la inexistencia de delito: que no se sepa.

Resulta probable que cuanto queda expuesto se interprete como lo que no se pretende -el antes citado alegato-, pero que, aun así, no motiva rectificación. Quien suscribe no conoce a la Valedora más que a través de su tarea y la ha considerado ajustada a los sentidos común y de lo común. Y por tanto, su ejercicio profesional, mucho más que correcto, aunque ahora esté obligada a irse. Lo peor es la constatación de que en el mundo donde se ha metido doña Milagros no se admite ni siquiera aquello de que "el mejor escribano echa un borrón". Y por ello su señoría debe acatar una norma no escrita por algo que, si lo hizo, acaso no fuera tal como se ha descrito. Pero cuando se vaya ha de ser, también, desde el respeto a la persona y su trayectoria; porque se lo ha ganado y no merece ser tratada como proscrita ni que, ahora, algunos pidan su cabeza en una pica. Su renuncia parece bastante.

¿No...?