La profunda transformación del campo gallego que se produjo en los años ochenta y noventa no ha venido seguida por el impulso que los extraordinarios recursos naturales de Galicia haría presagiar. Estamos a tiempo de cambiar, pero siempre que tengamos en cuenta varias cuestiones.

La primera es que la solución no está en pretender el florecimiento de un parque industrial en cada municipio. Las cifras de ocupación de los hoy existentes reflejan a las claras que vamos mal si pensamos que este es el futuro.

La segunda es que no tiene ningún sentido empecinarse en planes estratégicos para municipios de 1.000 habitantes. Esa no es escala para ninguna estrategia. Hay que pensar en términos de comarcas y villas que las encabecen. Las villas son piezas esenciales para dialogar entre los siete grandes núcleos urbanos y el resto del territorio, particularmente en las provincias de Lugo y Ourense.

La tercera es que los emprendedores locales son clave. Y eso, en un entorno de marcado envejecimiento, hace que los que existen haya que mimarlos. Necesitamos diseñar líneas de apoyo específicas inspiradas en lo que, con gran criterio, ha impulsado la Zona Franca de Vigo en lo que hoy es el programa VíaGalicia; pero adaptadas al hábitat rural.

La cuarta es que para casi cualquier iniciativa que se quiera emprender, la extremada atomización de la propiedad de la tierra y su abandono suponen un obstáculo difícil de salvar. Se requiere una reforma agraria en profundidad, con todo el apoyo del Parlamento y de la Sociedad civil gallega. Porque el rural es, sobre todo, tierra. Y esta es la clave. Si queremos reequilibrar el territorio tenemos que poner el acento en las potencialidades endógenas. Desde el vino a la castaña; desde el queso a la carne de vacuno; desde la hoy casi abandonada huerta al prometedor aceite. Afortunadamente, la actual Consellería de Medio Rural tiene esto meridianamente claro y está en ello tanto o más que la (al menos por mí) añorada Consellería del bipartito.

*Director del Foro Económico de Galicia