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Joaquín Rábago.

La obsesión alemana con el déficit cero

La obsesión alemana con el déficit cero, que Berlín se empeña en imponer también a otros gobiernos europeos, sobre todo los del Sur, se ha convertido en una rémora para que éstos logren superar los efectos de la crisis. De nada sirvió que el ministerio alemán de Finanzas pasase del cristianodemócrata Wolfgang Schäuble al socialdemócrata Olaf Scholz: la inflexibilidad que en materia presupuestaria caracterizó siempre al primero la ha heredado este último. En vano critica la propia prensa alemana el lamentable estado de muchas escuelas o infraestructuras, consecuencia inevitable de haber antepuesto siempre la coalición de ambos partidos el ahorro a las inversiones para el futuro.

Como de poco sirve explicar que la deuda pública alemana se ha reducido considerablemente en relación con el Producto Interior Bruto y que si llegó a alcanzar un 80 por ciento del mismo ahora sólo supone un 60 por ciento, es decir el límite fijado por el tratado de Maastricht.

A título comparativo, la deuda pública media de los países de la UE es de un 80 por ciento mientras que la estadounidense alcanza el 110 por ciento y la del Japón supera el 230 por ciento del PIB.

Esa situación ventajosa con respecto a otras potencias económicas no impide a Scholz seguir por el camino de la austeridad a toda costa con el argumento de que hay que estar preparados para una futura crisis.

Pero incluso la prensa conservadora como el Frankfurter Allgemeine Zeitung se pregunta cómo es posible que a la Gran Coalición no se le ocurra gastar más en proyectos de futuro: en banda ancha, en inteligencia artificial, en formación.

No sólo Alemania, sino la Unión Europea en su conjunto necesitan olvidar su fijación con el déficit cero y dedicar, como propone el presidente francés, Emmanuel Macron, mayores inversiones a investigación y tecnología para hacer frente a la competencia de Estados Unidos y China.

Y es que, como explica la economista italo-norteamericana Mariana Mazzucato, Europa debería fijarse en lo que hace EEUU, muchos de cuyos grandes avances tecnológicos tienen que ver con el dinero público.

Así, por ejemplo, Elon Tusk, fundador de Tesla, obtuvo 500 millones de dólares en créditos garantizados en su día por el Estado mientras que muchos de los que trabajan en su nueva empresa SpaceX se formaron antes en la NASA , que recibe además encargos del Estado.

Lo mismo ocurre con Facebook o Google, que aunque son hoy exitosas empresas privadas, deben mucho a las grandes inversiones públicas como las que posibilitaron la creación de Internet.

Alemania y otros países del norte de Europa han conseguido también armar un sector público potente, y es la clave de sus éxitos económicos, pero, critica Mazzucato, ése no es el mensaje que transmiten a los países del Sur como España, Italia o Grecia, sino el de que éstos deben ahorrar.

Y en el fondo, de lo que se trata en el fondo, explica la economista en declaraciones al semanario alemán Die Zeit, es de que haya una relación sana entre deuda pública y Producto Interior Bruto. Y eso se consigue bien reduciendo el endeudamiento, bien aumentando la productividad de un país.

Lo fundamental es que cada gobierno sepa qué es lo que mejor funciona en su país. Reconocer que las instituciones públicas son importantes y además aprender unos de otros, pero "en lugar de eso actuamos como si el sector público fuese sobre todo una rémora", agrega.

La política ha de fijar "objetivos sociales", determinar cuáles son los principales desafíos a los que se enfrenta un país -ciudades limpias, una solución a la crisis demográfica, el medio ambiente- para transformarlos en una misión colectiva, a la que hay que dedicar luego las oportunas inversiones.

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