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Con otros ojos

Para Corina y Alfonso

Creo que fue a finales del otoño de 2018 cuando tuve la oportunidad de redescubrir Ourense en la más agradable de las compañías (y no es una frase hecha). Alfonso Armada iba a escribir un reportaje acerca de esta ciudad y tuvo la deferencia de contar conmigo que, tras seis décadas de habitar Ourense de forma casi ininterrumpida, estaba hecho a la mirada rutinaria sobre un escenario que por habitual había dejado de sorprenderme.

Se me ocurren docenas de personas que lo hubiesen guiado con más solvencia y conocimiento que yo pero me tocó a mí en suerte el papel de cicerone. Cuando uno se acostumbra a un espacio, es muy difícil descubrir algo diferente en ese paisaje que no despierta en nosotros mayor interés, de la misma forma que uno elige la ropa que va a ponerse cada día sin pensar (al menos en mi caso) si es más o menos adecuada, si necesita reponer alguna prenda o si va vestido en desacuerdo con eso tan estúpido denominado moda.

De Alfonso Armada cabe destacar su papel de periodista, de narrador y de poeta que publicó recientemente el espléndido libro de poemas Cuaderno de Hollywood que recomiendo sin reservas, así como sus trabajos de naturaleza periodística. Si además de eso o, si principalmente a esa labor intelectual, se le añade que es una persona extraordinaria, se comprenderá fácilmente el placer que constituyó para mí recorrer esta ciudad en su compañía. Nos une además un rasgo común (para algunos defecto): carecer de carné de conducir. Así que para muchos desplazamientos descansa en su mujer, la fotógrafa Corina Arranz, que estuvo presente en el paseo urbano. Además, durante la comida, descubrí algo que me pareció un azar fascinante: Corina es la autora de la fotografía de las solapas de los libros de James Salter que figuran en los fondos de la editorial Salamandra. Como James Salter es uno de mis escritores favoritos (creo haber leído todo lo que publicó en castellano) de inmediato entendí que la casualidad (¿casualidad?) me había proporcionado ese favor y ambos, Corina y Alfonso, me relataron algunas anécdotas acerca de Salter, con quienes coincidieron en Madrid y Nueva York.

Lo bueno de pasear por tu ciudad con forasteros (si la palabra viene al caso) es que te obliga a contemplar con otros ojos lo que tantas veces uno ha mirado casi con desdén y, sobre todo, a desviar la vista hacia detalles que al habitual viandante le pasan inadvertidos.

No sé por qué razón decidí (y ambos estuvieron de acuerdo conmigo) en empezar el recorrido por el cementerio de San Francisco: tengo una querencia por ese espacio que posiblemente debiera consultar con un psiquiatra. Después anduvimos lentamente por el casco histórico que Corina fotografió minuciosamente y en particular ese callejón por el que siento predilección, mi lugar preferido de Ourense: Canella Cega, muy cerca de la plaza de la Trinidad que está pidiendo a gritos desde hace años, como tantos otros sitios, un arreglo o una remodelación que alguien ejecute con gusto y respeto por el entorno. Para enclaves destruidos ya llegan algunas plazas y parques de esta ciudad: la reconstrucción de ciertos espacios parece haber caído sucesivamente en manos de vándalos que arrasan con lo que habría que conservar como si el pasado fuese un tumor que es necesario extirpar antes de que vaya a más.

De ahí, quizá, mi interés por el cementerio de San Francisco que desde hace décadas sigue siendo un reducto de resistencia (y esperemos que continúe siéndolo) contra la especulación y lo kitsch. Nos perdimos lentamente por las calles que aparecen en las obras de Casares, de Blanco Amor y de tantos otros, siguiendo en ocasiones los mosaicos que hacían referencia al roteiro de A esmorga: calle Libertad, Colón, Posío, plaza de La Magdalena, Pena Vixía, plaza Mayor, callejón del Olvido. Terminamos en As Burgas que Corina deseaba fotografiar. Lo cierto es que no disponíamos de tiempo para recorrer otros lugares que debería haberles mostrado a Corina y a Alfonso, a Corina Arranz y Alfonso Armada, pero, como digo, al finalizar la travesía tuve la sensación de haber visitado otra ciudad o, al menos, haber descubierto detalles de esa ciudad en los que no había reparado.

Ignoro si ellos quedaron tan complacidos como yo con esas tres horas en los que ejercimos de flâneurs (perdón por la chulería) como personajes de una ficción que podría haber firmado Alfonso en alguna página. Eso sí: como a la seis de la tarde tenían que proseguir viaje, no tuve la oportunidad de recorrer con ellos unos cuantos garitos en los que sí soy un experto. Así fue aquella tarde, una de esas que se te quedan en la memoria como si hubieses abierto una puerta hasta entonces clausurada. Termino con mi gratitud hacia ambos, Corina Arranz y Alfonso Armada.

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