Que la bomba de las pensiones acabe por estallar es solo cuestión de tiempo si nadie, como hasta ahora, se apresta a desactivarla. El Pacto de Toledo, la mesa constituida por todos los partidos para negociar su futuro, volvió a descarrilar, una vez más, por el calendario electoral y el mal de siempre: una combinación letal de partidismo y cortoplacismo. Antes de la ruptura, abrió la puerta para que los robots coticen a la Seguridad Social. Tal como suena. La productividad crece por la revolución tecnológica, el empleo mengua y los ingresos del erario no alcanzan para sostener el Estado del bienestar. Multitud de trabajos desaparecerán o tendrán que reacomodar sus funciones muy pronto al ser sustituidos por procesos automatizados. Si esta hornada de políticos no fuera tan oportunista y demagoga este asunto no quedaría en una ocurrencia más. Empezarían a tomárselo muy en serio. Urge prepararse para la economía digital y no solo por lo que vaya a ocurrir con las jubilaciones.

Los gigantes empresariales de hoy no producen bienes físicos sino inmateriales. Las corporaciones que controlan las redes o los buscadores por internet acumulan mayor poder y recursos que muchos gobiernos sin vender un producto tangible. Fidelizan como clientes a miles de millones de personas y obtienen pingües ganancias moviendo ideas y conocimiento. Cuantos más usuarios reúnen, más valen. Los ganadores se quedan en exclusiva con el mercado, consolidando de facto casi un oligopolio. Las grandes fábricas acabaron por trasladarse a China y los servicios, a la India, las dos naciones más pobladas del planeta. Los países desarrollados, los de la vieja industrialización, mutan hacia estas nuevas formas de intercambios virtuales en las que el tamaño sí importa. Son los primeros signos del descomunal cambio en marcha.

El empleo queda tocado por transformaciones tan radicales. Las máquinas reemplazaron durante la revolución industrial el esfuerzo físico y provocaron entre los trabajadores el mismo recelo que ahora suscita el vértigo de la posmodernidad. Y en este momento la inteligencia artificial convierte en prescindibles algunas tareas intelectuales, un salto cualitativo. Aquellas labores poco creativas y rutinarias acabarán siendo encomendadas a computadoras. La máquina sustituyó al obrero; la digitalización sustituirá los empleos de la clase media, coinciden los expertos. Los robots acaparan terreno. En Japón cuidan ancianos. Están de moda los asistentes personales para el hogar que actúan a las órdenes de la voz humana.

Ese escenario coincide con otra realidad apremiante: España necesitará 10 millones de afiliados más que ahora para pagar las pensiones en 2050. En Galicia, de las comunidades más deficitarias, casi 600.000 nuevos cotizantes, lo que sería más de la mitad de los trabajadores actualmente de alta. De ahí la relevancia de reflexionar sobre si las máquinas que sustituyen a la mano de obra humana tienen o no que tributar para contribuir también a sostener el sistema.

El inédito paradigma lleva parejo otro fenómeno, la concentración. De empresas, de riqueza, de recursos, de innovación, de ingenio, de personas. Y un escenario para su desarrollo, las megaciudades, con mallas de transporte, información y energía bien planteadas. Entrar en la era digital ya no consiste únicamente en conseguir que líneas de datos de alta velocidad lleguen a las áreas rurales recónditas -que también-, sino en reunir el máximo talento en torno a estructuras urbanas para retroalimentar un círculo virtuoso. Las ciudades de cierto tamaño no son una mera acumulación de casas, sino de oportunidades, y ejercen fuerza tractora.

Primero fue el abandono de un territorio, el rural, en favor de las villas. Luego el despoblamiento de unas amplias comarcas del interior, en beneficio de las áreas urbanas. Hoy asistimos a un vaciamiento suprarregional: el Noroeste succionado por aglomeraciones como Madrid, que progresan a toda velocidad y multiplican sus atractivos y ofertas.

Los jóvenes vuelan hacia la capital del país y dejan tras de sí a quienes no pueden o necesitan hacerlo: jubilados, empleados públicos, profesionales liberales con trayectorias consolidadas y plantillas de empresas milagro que resisten el tsunami de la globalidad. La atomización administrativa y espacial nunca resultó provechosa. Ahora menos. De ahí la importancia de propuestas colaborativas como el área metropolitana, en el ámbito gallego, o la alianza de Galicia, Asturias y Castilla y León, en el nacional.

Dentro de muy poco, las sociedades modernas y prósperas serán exclusivamente aquellas que consigan amoldarse a la economía digital con conurbaciones muy dinámicas que mantengan la equidad social y medioambiental. En dos meses vamos a transitar por un maratón de comicios. La política no existe para satisfacer pequeños caprichos electorales, para emprender exclusivamente las medidas fáciles y populares, para afianzar el ombliguismo. Ancla su raíz en lo contrario, anticipar las grandes cuestiones y abordar con la razón los retos complejos para hacer cómoda la vida a los ciudadanos.

Los próximos candidatos prestarán un excelente servicio a los electores sacando a la palestra este debate, y desvelando también sus recetas para el renacimiento de una España hemipléjica y una Galicia vacía que sigue esperando por un pacto de Estado para atajar la despoblación que no cesa en todo el Noroeste. Sin unas pocas ideas claras ni voluntad de consensuarlas habrá que ponerse en lo peor. Urge sintonizar mejor con esta realidad inevitable y pensar alternativas. ¿Qué será de esta tierra? ¿En qué trabajarán la población del siglo XXI que aquí permanezca?