La película Vice, que relata cómo un perdedor llamado Dick Cheney se convierte en uno de los vicepresidentes más poderosos de la historia de Estados Unidos, llega en un momento un tanto inesperado, pues es Donald Trump quien últimamente suele ocupar el subtexto en la mayoría de los productos culturales (véase la Gala de los Oscar). El largometraje, dirigido por Adam McKay, no pretende ser una biografía imparcial, ni muchos menos compasiva, sino una demoledora y desternillante crítica del personaje, que solo aparece un poco más humanizado que su mentor Donald Rumsfeld, a quien el actor Steve Carell transforma en un maquiavélico arribista cuya risa es muy similar a la de Skeletor, el malo de He-Man y los Masters del Universo. "¿En qué creemos?", le pregunta Cheney a Rumsfeld cuando comienzan a trabajar juntos en la Casa Blanca. Rumsfeld, extrañado, le cierra la puerta del despacho a Cheney en su cara sin poder aguantar las demoníacas carcajadas.

El joven Dick, como su líder, lidió con el alcoholismo (uno empieza a pensar si ha existido alguien políticamente relevante en Washington que no lo haya sido alguna vez), lo cual le impide finalizar sus estudios en la Universidad de Yale, y se recupera gracias al apoyo (y presión) de su mujer Lynne, quien, según nos insinúan, posee una ambición todavía más desarrollada que la de su marido. En un momento parece que nos van a mostrar el lado tierno de Darth Vader, apodo con el que protagonista se siente orgullosamente identificado, cuando Mary Cheney le confiesa que es lesbiana a su padre, y este último, aparte de mostrarle su cariño incondicional, renuncia a presentarse a las elecciones en el Congreso para evitar que Mary resulte dañada en el escrutinio de la campaña. No era más que un espejismo. Dick Cheney no tiene corazón. Literalmente. El suyo le está fallando y necesita someterse a un trasplante. El corazón -el órgano muscular en sí mismo- juega un papel importante en Vice, que mezcla el estilo documental (nos proporcionan datos) con una narración trepidante estilo The Big Short, también dirigida por McKay, tratando de informar al espectador sin renunciar a entretenerlo, en ocasiones incluso bromeando a la hora de especular sobre lo que pudo ocurrir en determinados momentos imposibles de verificar, como cuando Dick y Lynne (Christian Bale y Amy Adams) recitan un diálogo shakesperiano en la cama, o cuando Rumsfeld y Cheney mantienen conversaciones privadas sobre sus puestos de trabajo.

Casi todo lo que contemplamos en este episodio nacional impresionista, en el que George W. Bush se presenta como el menos siniestro de la tropa (aunque sí se subrayan sus inseguridades y su incapacidad de liderazgo), es exagerado, disparatado e inverosímil, pero visto ahora, acostumbrados a digerir las noticias actuales, resulta perfectamente coherente y comprensible. Vice no es un trabajo periodístico sino una obra de ficción basada en hechos reales. Con la ficción se rellenan los espacios vacíos, inaccesibles en la investigación, como las intimidades anteriormente mencionadas. Sin embargo, lo verídico de esta película (justificación de la tortura como técnica de interrogatorio, el origen de la intervención en Irak, los abusos de poder, etc.) es mucho más grave que las ficticias carcajadas de Rumsfeld o la presencia de Macbeth en la alcoba.