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Cepo al último lobo de Theresa May

El "speaker" de los Comunes descoloca al Gobierno al impedir votar de nuevo el acuerdo de salida

Theresa May tenía preparado un último lobo para mantener hasta el final la estrategia del miedo con la que, en vano hasta ahora, pretende que los Comunes aprueben el acuerdo de "Brexit" que pactó en noviembre con la UE. O mañana, en un tercer y último intento, le decían al fin que sí o se vería obligada a pedir una prórroga "larga" de la fecha de salida, prevista para dentro de diez días. Este aplazamiento obligaría al Reino Unido a participar en las elecciones europeas de mayo, último de los horrores para los conservadores euroescépticos que reniegan de la UE y le han negado el apoyo a un texto que ven como una salida en falso. Además, abriría un camino que podría llevar, con o sin elecciones anticipadas por medio, a un segundo referéndum y a que, tal vez, nunca se consumara el "Brexit".

Sin embargo, el mediático "speaker" de los Comunes, John Bercow, le puso ayer un cepo al lobo cuando exigió al Gobierno que presente mañana un acuerdo diferente al del martes pasado, ya que, resaltó Bercow, las normas de la casa impiden desde 1604 que se someta dos veces a escrutinio la misma propuesta.

El paso adelante de Bercow ha sembrado el desconcierto en el Ejecutivo de Londres, que anoche no había encontrado aún el modo de sortear el nuevo obstáculo y se había limitado a reafirmar que, en todo caso, pedirá una prórroga y a calificar la iniciativa de Bercow de "increíble".

Para cuando el mundo quiso enterarse de que el abandono británico de la UE y el proceso de paz en Irlanda del Norte eran dos cuestiones difícilmente compatibles, hacía mucho tiempo que Theresa May lo sabía. De ahí que los motores de sus negociaciones, con Bruselas y con su propio Parlamento, se hayan alimentado desde hace casi dos años de niebla, hastío y miedo.

Tal vez una de las quejas más repetidas por la diplomacia comunitaria haya sido en este tiempo la de no saber qué pretendía en cada momento un Gobierno de Londres cuyas propuestas siempre presentaban contornos difuminados por la niebla. Una niebla espesa y pesada en la que May pretendía envolver a los negociadores de Bruselas mientras viajaba a las principales capitales comunitarias en busca de alianzas bilaterales. La líder conservadora estaba convencida de que las profundas tensiones que recorren la UE le permitirían abrirle brechas al continente, hasta empantanarlo, sumirlo en el hastío y obligarle a servirle el "Brexit" a la medida que buscaba: un Reino Unido libre de la UE pero con excepciones a la medida de sus necesidades, que en esencia eran dos: que la City no perdiese su privilegiado papel como plaza financiera y mercado de materias primas y que la frontera de la UE no partiese en dos a la isla de Irlanda.

Sin embargo, el hastío se solidificó en una pesada losa que, hace apenas seis meses, se desplomó sobre May en un Consejo Europeo en el que sus pares la pusieron contra las cuerdas sin miramientos. La lideresa conservadora se vio así obligada a aceptar el único acuerdo de salida que Bruselas estaba dispuesta a ofrecer: un Reino Unido nominalmente fuera pero jurídica y económicamente dentro, y sin voz, mientras no cuadre el círculo de la cuestión irlandesa. Un falso "Brexit" en el que Londres pierde sus derechos sin conseguir la libertad.

May pasó a tener entonces el problema dentro, con unos Comunes opuestos de plano al trágala y en los que, tras dos años de niebla, abundan quienes creen que el continente, al fin, está aislado y a merced de Londres. En la espesura, May puso en marcha el motor del miedo. Miedo a las catástrofes, nada imaginarias, del "Brexit" caótico que acarrearía un rechazo a su acuerdo de medias tintas. Pero, por dos veces, los Comunes le ha dicho que no lo quieren. De paso, también le han dicho que no quieren un "Brexit" duro y que, al menos de momento, tampoco quieren un segundo referéndum.

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