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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El superávit

A primera vista, la noticia de que la Xunta de Galicia registró durante 2018 un superávit bastante alto -más de 125 millones de euros- podría provocar críticas e incluso malestar en una sociedad que tiene graves asuntos colectivos sin solución financiera y por lo tanto muchos problemas. Y la llamada "cuenta de la vieja", que puede ser inexacta pero útil a veces, demuestra también que quedan pendientes bastantess cuestiones individuales que necesitan ayudas públicas porque causan efectos dañinos en el sistema. Y por eso hay quienes no entienden "que sobre dinero".

Y no sobra, claro. Pero a partir de ahí vienen tanto el malestar como la críticas de los que confunden velocidad con tocino. Lo que se agrava es estas vísperas electorales, porque los reproches son interesados y causan el aumento de la crispación. Que se orientará, según la tendencia de los predicadores, hacia la izquierda o hacia la derecha, donde habiten los radicales a la hora de echar más leña al fuego al preguntarse cómo es posible que pueda existir superávit con déficit de recursos, que es la causa que se aduce para justificar no pocas carencias.

Queda dicho que es una pregunta trampa y que existe una explicación técnica que si los protestantes fuesen algo más objetivos eliminaría dudas y aportarían claridad. Y es que las normas que rigen las economías autonómicas en este momento establecen un límite de gasto, y cumplirlas implica que la mayor recaudación, como es el caso de Galicia, no significa automáticamente más capacidad para inyectar dinero allí donde se necesita. Algo que todos deberían respetar pero que no todos lo hacen y, lo que es peor aún, las restricciones se "liberan" para los que infringen los límites de gasto y crecen para el resto.

Esa realidad desigual, que no ha sido corregida -hay quien dice que incluso se alentó tanto por el gobierno del señor Rajoy como por el de don Pedro Sánchez- demostraría que nadie tiene aquí autoritas al menos moral para tirar la primera piedra o endurecer las críticas exigiendo responsabilidades. Pero como en estas latitudes el oficio político a veces no se ejerce precisamente desde la sensatez, el que más y el que menos está antes a lo que le interesa que a lo conveniente para el bien general. Y por eso se fomenta la bronca, que permite disimular mejor la hipocresía.

Lo que se ha expuesto sobre el superávit y su circunstancia, que por supuesto es opinión personal, podría completarse con una reflexión añadida. A la noticia que lo señalaba podría unirse otra acerca de la mortandad de las empresas surgidas tras la crisis por falta de financiación entre otras causas. Y aunque el asunto requeriría mayor detenimiento, no estorbará subrayar que en el "haber" -con superávit- de la cuenta pesó el alza en el número de empresas y el correspondiente en impuestos. Pero la rápida desaparición de muchas exige lo que no se ha hecho todavía: una revisión seria de la política de ayudas y subvenciones que ha derivado demasiadas veces hacia el bolsillo de los subvencionados por falta o deficiencia de controles en lugar de crear empleo digno y estable mediante proyectos sostenibles.

¿No?

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