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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

La prepotencia de Mike Pompeo

No solo en esa eterna sonrisa de autosatisfacción, sino hasta en su apellido tiene el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, algo de prepotente.

Prepotencia sobre todo la que muestra continuamente en su trato con los aliados, a los que, al igual que su presidente, parece considerar más vasallos que socios a juzgar por sus declaraciones públicas.

Estados Unidos se niega visiblemente a aceptar que el mundo ha dejado de ser unipolar como lo fue durante algunos años tras el hundimiento de la Unión Soviética y la completa disolución de su Pacto de Varsovia.

Y que ahora ha de competir con otras potencias económicas: algunas, aliadas, como la Unión Europea; otras, rivales o incluso enemigas, como la Rusia de Putin o la República Popular China.

A pesar de su enorme poderío militar, que no ha dejado de crecer con Donald Trump en la Casa Blanca pese a sus promesas de campaña, EE UU parece sentirse de pronto más vulnerable económicamente, algo que trataría de disimular a base de prepotencia.

Ya no confía en lo que el politólogo Joseh Nye llama "poder blando": la combinación de instrumentos ideológicos, culturales y diplomáticos en las relaciones internacionales, sino que parece apostar de nuevo por el "poder duro" de siempre: el basado en la fuerza militar y económica.

El secretario de Estado lo dejó meridianamente claro en las palabras que pronunció hace unos días en el foro más apropiado: una reunión de altos ejecutivos del sector petrolero en Houston.

En ella, Pompeo animó al auditorio a trabajar con su Gobierno para, aprovechando las enormes reservas de gas de esquisto y gas natural del país, promover los intereses comerciales norteamericanos y combatir así a los "malos".

Es sabido que a los dirigentes norteamericanos les gusta dividir al mundo en "buenos" y "malos": los primeros son los que no ponen en cuestión su liderazgo del "mundo libre" mientras que los otros son quienes se le resisten.

Ni Trump ni Pompeo se preocupan de ocultar cuál es su intención al tratar de estrangular económicamente a dos países de este último grupo: la Venezuela de Nicolás Maduro y el Irán de los ayatolas.

Aunque con argumentos diferentes -en el caso de Venezuela, la supuesta defensa de los derechos humanos y en el de Irán, su programa nuclear- el objetivo es el mismo: un cambio de régimen.

"Estamos decididos a reducir a cero las exportaciones de gas iraní en cuanto lo permitan las circunstancias del mercado", declaró en Houston el secretario de Estado, intentando demostrar una vez más al mundo quién es el que manda.

Pompeo ni siquiera respeta a sus socios: "No queremos que nuestros aliados europeos se enganchen al gas ruso con la construcción del gasoducto North Stream 2" a través del Báltico, afirmó también en aquella reunión petrolera.

Y acusó sin más a Rusia de haber invadido Ucrania con la única intención de acceder a las reservas de gas y petróleo y poder presionar a los ciudadanos ucranianos. Como si EE UU no amenazara al mismo tiempo a Venezuela.

La estrategia de Washington en Europa está clara: se trata de ahondar aún más la brecha entre Rusia y la UE, aprovechando la natural animadversión a Moscú de los antiguos países comunistas para venderles a los europeos no solo su propio gas de esquisto sino también su armamento a los más recelosos de Rusia. ¿Aceptarán ese juego los europeos?

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