Pontevedra tuvo que transferir un solar de su patrimonio al Estado en la oscura década de los años 40, cada vez que quiso acoger un organismo oficial para reforzar su condición de capital de provincia. El sistema funcionaba así entonces.

Aquel trueque amparado por la Ley Municipal eximía al Ayuntamiento de requerir una autorización previa del Ministerio de la Gobernación para desprenderse de un bien propio. Al fin y al cabo, uno y otro eran la misma cosa y todo quedaba en casa por un interés común.

A finales de 1941, el pleno municipal aprobó por unanimidad la transferencia del solar reclamado por el ingeniero jefe de Obras Públicas para agrupar todos sus servicios en un gran edificio de nueva construcción.

La parcela situada en el Campo de san Roque, junto a la vía férrea, tenía forma irregular y ocupaba una superficie de 635,29 metros cuadrados. La bajada al puerto, la calle Víctor Said Armesto y una transversal de la capilla que daba nombre a la barriada, enmarcaban sus límites geográficos.

Al formalizar la cesión al Estado, la corporación municipal fijó a su favor la única condición que no estaba mal vista en tales transacciones, a fin de comprometer una rápida ejecución: un año de plazo para iniciar la obra, transcurrido el cual sin justificación el solar revertía al patrimonio municipal.

Cuando formuló su petición, Obras Públicas reclamó una respuesta urgente dado que el ministerio disponía de un presupuesto extraordinario para la construcción de sus sedes en provincias. Sin embargo, luego se tomó su tiempo, aprovechando su posición de superioridad.

A mediados de 1942, el pleno municipal tuvo que repetir el trámite y ratificar la entrega del solar, ahora en forma de donación al Estado, y la moratoria para comenzar la obra no empezó a contar hasta el 1 de enero de 1943. Pese a esa ampliación del plazo, su inicio fue demorándose más y más, hasta que surgió un enfrentamiento gravísimo entre el Ayuntamiento y Obras Públicas que dio mucho que hablar a finales de 1945.

Una cuadrilla de Obras Públicas no solo paralizó la instalación del abastecimiento de agua y alcantarillado por cuenta del Ayuntamiento para la nueva prisión en A Parda por carecer de su autorización previa, sino que incluso destruyó por completo la tubería ya instalada.

Una conferencia telefónica entre el alcalde en funciones, Enrique Paredes, y el ingeniero jefe, Antonio Fernández, incendió una cuestión tan nimia, con el fuero y el huevo en juego. Como entre ambos hubo más que palabras y ninguno cedió en sus posiciones, al día siguiente los operarios municipales contaron con la protección de la Policía Urbana ante las nuevas trabas en sus trabajos de los peones de Obras Públicas. ¡Vaya despropósito!

Paredes Estévez convocó una sesión extraordinaria y el pleno municipal declaró su "incompatibilidad" total con Fernández Zarza. Llovía sobre mojado. Una representación municipal trasladó tal acuerdo al gobernador civil, Luís Ponce de León, con apoyo de las fuerzas vivas: Comité de Iniciativas, Círculo Mercantil, Cámara de la Propiedad, Liceo Casino y hasta la Coral Polifónica. La ciudad estaba indignada con el proceder del aquel ingeniero mandón.

Antonio Fernández Zarza fue llamado a capítulo en Madrid y a su regreso acudió raudo y veloz a la alcaldía para disculpar su deplorable actitud. Tras unas "cumplidas y amplias satisfacciones", las aguas volvieron a su cauce. El Mopu esperó al enfriamiento del asunto y cuatro meses después decretó la sustitución de Fernández Zarza por Ricardo López Molero. El nuevo ingeniero marcó una época al frente de la Jefatura de Obras Públicas por su competencia y laboriosidad. Todo lo contrario de su antecesor.

El 25 de noviembre de 1946, alcalde e ingeniero firmaron el acta que oficializó el inicio de las obras, cinco años después de la entrega del solar. Sin embargo, sufrieron un parón cuando apenas asomaban los cimientos. No fue hasta 1952 cuando el ministro del ramo, conde de Vallellano, anunció al alcalde Hevia Marinas la aprobación de un proyecto por importe de 2.292.511,23 pesetas para reanudar su construcción. Casi todo estaba por hacer. Por esa razón, el edificio tardó en acabarse otros cinco años y su coste final superó los tres millones, sin incluir el mobiliario y la decoración.

La Jefatura de Obras Públicas llevó el sello inconfundible de Robustiano Fernández Cochón, sobrio y noble a un tiempo; pero su repentino fallecimiento impidió al buen arquitecto ver el edificio acabado. Junto a Tano Cochón colaboró Ramón López Arca, ingeniero en plantilla del Mopu, que conocía bien las necesidades básicas de todos sus servicios.

Sobre el plano inclinado de la cuesta de san Roque, el edificio constaba de sótano, bajo y dos plantas, con fachada en sillería. Inicialmente, el sótano se dedicó a Archivo y vivienda del conserje. El bajo albergó las dependencias de Circulación, Transportes, Maquinaria y Pagaduría. El primer piso acogió el despacho del ingeniero jefe, así como los departamentos de Marítima y Cargas Sociales. Y la segunda planta se repartió entre las oficinas de Delineación, Radio y Laboratorios, además de una vivienda para el ingeniero jefe.

La inauguración oficial tuvo lugar el domingo, 12 de mayo de 1957, en presencia de las primeras autoridades civiles y militares. Allí estuvo también toda la plantilla de ingenieros, ayudantes, sobresalientes y demás personal de Obras Públicas y Obras del Puerto, de Pontevedra, Vigo y Vilagarcía.

Por expreso deseo de López Molero, primero se celebró una misa solemne en el santuario de la Divina Peregrina, armonizada con música sacra a cargo de una orquesta de cámara. A continuación, los asistentes se desplazaron hasta el flamante edificio, en cuyos alrededores esperaba buena parte del vecindario de san Roque para seguir tan fausto acontecimiento.

El arcipreste del Morrazo, Lino García y García, procedió a la bendición de las instalaciones y luego los invitados recorrieron las dependencias, que recibieron unánimes elogios. Un aperitivo en el Liceo Casino puso el broche final a aquella brillante jornada.

A partir de entonces, la Jefatura de Obras Públicas se erigió en el emblema inconfundible y marcó la puerta de entrada desde la ciudad a la histórica y poblada barriada.